Por: Leticia Martínez Hernández / Granma
Todavía con miles de carencias, en Cuba abundan el amor por los niños y el respeto a sus derechos. Foto: Anabel DíazElla no lo sabe, pero nació en el paraíso de la infancia en América Latina. Sí, es cierto, no vive en un país perfecto, pero desde mucho antes de nacer era una preocupación —o mejor, ocupación— para los médicos en este “chispazo de tierra en el mar”.
Aún era un gusarapo y era observada con sofisticados aparatos, era tema de consultas y su nombre aparecía repetidas veces en la agenda de la doctora del consultorio.
Ella no lo sabe, pero está llena de vacunas. Once de ellas la mantienen a salvo de enfermedades como la tuberculosis, la hepatitis B, el tétanos, la difteria, la rubeola, el sarampión, la poliomielitis. Preocupaciones de menos en este mundo donde tantos niños no llegan a ver repetidas veces el amanecer por falta de cuidados.
Ella no lo sabe, pero ya forma parte de la legión de infantes cubanos en camino de la escolarización. En unos días comenzará el prescolar, de donde saldrá lista para la enseñanza primaria, luego la secundaria, el preuniversitario, hasta la Universidad si su sapiencia lo permite. Y cuando caiga en cuenta, habrán pasado casi 20 años de una escuela a otra, sin tener que preocuparse por nada más que estudiar.
Ella aún no lo sabe, pero en esta Isla tan asediada, no tendrá que doblar el lomo para sacar a flote a su familia. Tampoco tendrá que vender su cuerpo a tiernas edades para llevar algunas monedas a casa. No tendrá mayor intranquilidad por el dinero que las pesetas reunidas para el helado que querrá comprar a la salida del colegio.
Ella todavía lo desconoce, pero cuando esté apta podrá probarse como atleta o como bailarina o como cantante. Su acceso al deporte y la cultura estará garantizado, amén de su condición social, sus creencias religiosas, su raza, su sexo…
Ella no lo sabe, pero la Constitución de su país la privilegia y aclara sin medias tintas que “la niñez y la juventud disfrutan de particular protección por parte del Estado y la sociedad. La familia, la escuela, los órganos estatales y las organizaciones de masas y sociales tienen el deber de prestar especial atención a la formación integral de la niñez y la juventud”.
Aún es demasiado pronto para que lo sepa, pero el país donde tuvo la dicha de nacer es signatario de la Convención de los Derechos del Niño; de las Reglas Mínimas de las Naciones Unidas para la Administración de Justicia a Menores; de las Directrices de las Naciones Unidas para la Prevención de la Delincuencia Juvenil; de las Reglas de Naciones Unidas para la Protección de los Menores Privados de Libertad; del Protocolo Facultativo de la Convención sobre los Derechos del Niño relativo a la venta de niños, la prostitución infantil y la utilización de niños en la pornografía infantil; y del Protocolo Facultativo de la Convención sobre los Derechos del Niño, relativo a la participación de niños en los conflictos armados.
Mi hija tiene solo cinco años, sabe poco, pero vive feliz, ajena aún a todo esto. Y la madre que escribe está en el deber de agradecer porque en Cuba, a pesar de todo lo perfectible aún, puede crecer sin preocupaciones paralizantes, esas que en otras latitudes son tan cotidianas como el parpadeo.
Todavía con miles de carencias, abundan la voluntad política, el amor por los niños, el respeto a sus derechos, la tolerancia cero ante cualquier daño. No hace falta que un funcionario de la Unicef nos cite a cada rato como ejemplo en una cita mundial, aunque el reconocimiento reconforta, basta salir cada mañana a la calle para que la alegría de cualquier niño inunde de esperanzas.