Cuando llegas a La Demajagua te sorprenden los resquicios del viejo ingenio azucarero. A cada paso vislumbras restos de aquellos tiempos, como sí el transcurrir de los años no fuera capaz de borrar las emociones depositadas aquel trascendental octubre.
En este altar a la historia, destaca la rueda que se une al jagüey y el muro infranqueable –recordatorio de las gestas revolucionarias – junto a la campana que acompañó el grito de independencia hace 156 años en ese extremo de Cuba.

Octubre es un mes cargado de simbolismos y epopeyas; pero, sin dudas, para los cubanos el día 10 tiene un significado especial. En esta fecha, la entonces colonia supo por primera vez que sus hijos negros, mestizos y blancos se unían en causa común por su libertad; guiados por un hombre que trascendió generaciones: Carlos Manuel de Céspedes.
El “Hombre del Diez de Octubre” como muchos registros históricos recogerían luego, puso en marcha la consolidación definitiva de esa conciencia nacional, que ya latía feroz en las venas de muchos criollos.
Los cubanos necesitaban más de lo que podían hacer los movimientos reformistas y aunque variaban las opiniones para la fecha de pronunciamiento, persistía la idea de alzar las armas.
Aquel 9 de octubre iniciaron los preparativos desde horas tempranas. Al ingenio llegaron descenas de personas y al caer la tarde en el Golfo de Guacanayabo, ya sumaban casi doscientos hombres. Pocos recursos había en las filas. Las dudas recorrían los cuerpos presentes, sin embargo, no paraban los debates sobre el levantamiento. Los unían a todos diversos intereses, pero tímidamente se forjaba el amor a la Patria en aquellos corazones rebeldes.
No es un sueño, es verdad: grito de guerra
Lanza el cubano pueblo, enfurecido;
El pueblo que tres siglos ha sufrido
Cuanto de negro la opresión encierra.
Al caer las horas se revisa una y otra vez el texto que más tarde llamarían Manifiesto del Diez de Octubre. Mientras en los parajes del ingenio los hombres esperan el amanecer bajo el sonido de los tambores y cánticos africanos, un pedazo vivo del legado de ese pueblo a nuestra tierra.
No se durmió esa madrugada en la estancia manzanillera, presentían sin poder ver el futuro que harían historia.
Del ancho Cauto a la Escambraica sierra,
Ruge el cañón, y al bélico estampido,
El bárbaro opresor, estremecido,
Gime, solloza, y tímido se aterra.
Llega la esperada mañana, se reúnen en la explanada y Céspedes gallardo explica los motivos de la reunión y da la libertad a sus esclavos. A su alrededor los Figueredo, Calvar, Aguilera, Izaguirre, Masó, Codina Polanco, Hal, Peralta y otros presencian el comienzo de la Guerra Grande.
De su fuerza y heroica valentía
Tumbas los campos son, y su grandeza
Degrada y mancha horrible cobardía.
Gracias a Dios que ¡al fin con entereza
Rompe Cuba el dogal que la oprimía
Y altiva y libre yergue su cabeza!
José Martí.