El 26

\"\"Por Ernesto Pantaleón Medina/Televisión Camagüey

Hay días alegres, otros tristes, los hay luminosos y también grises, lluviosos o por el contrario, con cielos totalmente despejados; hay días de ocio y de trabajo.  Pero uno en particular, pudiera clasificarse como día de forja, de creación con fuego y hierro al rojo vivo.

Ese es precisamente el 26 de julio, una fecha que para los cubanos y otras muchas personas, no necesita explicación ni demasiadas precisiones; basta decir ¨el 26¨ y se sabe de inmediato que se trata de aquella memorable jornada de 1953.

Conocida como la ¨mañana de la Santa Ana¨ por consagrarse a dicha deidad, coincidía con los carnavales santiagueros, razón por la cual apenas si algún transeúnte tomara en cuenta el paso de varios vehículos cargados de jóvenes.

Se disponían a asaltar la segunda fortaleza militar del país, el cuartel Moncada, acción que encerraba una valentía sin límites, por la diferencia numérica con respecto a la guarnición, además del superior armamento y posiciones defensivas de los soldados de la tiranía de Fulgencio Batista.

No importaban a los jóvenes guiados por Fidel tales pormenores; la patria llamaba al sacrificio más alto, el de la propia vida, en aras de los ideales de verdadera independencia, la que escamoteó a los mambises la malintencionada intervención militar de los Estados Unidos a finales del siglo XIX, cuando los victoriosos guerreros comandados por Máximo Gómez tenían prácticamente vencidas a las fuerzas españolas, luego de arduos años de luchas.

La convicción más profunda de que era el camino de las armas el único que había que seguir, animaba a los asaltantes del Moncada y el cuartel Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo, enclave éste cuya toma por los rebeldes impediría el paso de refuerzos hacia el territorio más al oriente.

Fallida la sorpresa, el desigual combate no tardó en causar bajas a los diferentes grupos atacantes, que se vieron obligados al repliegue táctico.

Aún sin apagarse el estruendo de las armas, comenzó la cacería por parte de los esbirros de la tiranía, que no creyeron en códigos de honor ni leyes sobre el trato a los prisioneros; se imponían la tortura, el ensañamiento y las viles ejecuciones de los heridos.

Pero no fue derrota aquel intento; se lanzó una clarinada que despertó ecos en el corazón de millones de cubanos, que comprendieron las razones que asistían a Fidel y a sus compañeros.

Comenzaba una lucha que concluyó seis años después, cuando los barbudos bajaron de las montañas para cambiar los destinos del país; se materializaba al fin el triunfo del acero con que la fragua del Moncada forjó el alma de todo un pueblo, para escribir el primero de enero de 1959 las primeras letras en el libro de la historia, rico en páginas de heroísmo y afán creador.