Agricultura Urbana, así se veía una de mis líneas de trabajo al comenzar la semana. “Difícil” fue mi primer pensamiento, al considerar, desde mi inexperto conocimiento, un poco inexistente este organismo en Santa Cruz del Sur, por hablar de manera particular. Sin embargo, al comentar mi preocupación, me contaron sobre un “patio” del cual se dice, bien podría ser la octava maravilla.
Al compartir mis dudas, alguien me habló de un patio que bien podría ser la octava maravilla del pueblo. Así llegué a la casa de Arnaldo, “Caro” para todos: un hombre de 78 años cuya vitalidad y entusiasmo dejarían sin aliento a cualquier veinteañero. Con esa misma energía, ha logrado transformar un terreno de apenas 145 metros cuadrados —antes yermo e infértil— en un vergel con más de 50 especies de plantas, la mayoría productivas. Un auténtico alivio para la economía familiar.
“Esto era pura tierra muerta por el petróleo derramado de los tanques cercanos. No crecía nada, solo dos árboles viejos”, me contó mientras recordaba sus inicios, hace cuatro años. “Rellené el suelo, lo limpié de piedras, le eché estiércol…”. Su determinación fue más fuerte que las limitaciones.
Al iniciar su proyecto cuenta que se acercó a las autoridades y órganos pertinentes, y aunque estos no le pusieron ninguna “traba”, tampoco le siguieron el ritmo a todas las ideas que la voz de esa experiencia incitaba. Pero, como él mismo dice con una sonrisa: “Si el hombre sirve, la tierra sirve”. Y así, bastón en mano pero con paso firme, convirtió su patio en un modelo de resistencia: frijoles de siete variedades, maíz, calabaza, berenjena, jengibre, cúrcuma… La lista es interminable. Lo que no consume en casa, lo comparte con el SAF y escuelas locales.
De niña, escuché siempre que cultivar en Santa Cruz era casi imposible por la salinidad del suelo. Un mito que Caro desmontó con métodos sencillos pero brillantes: abonos orgánicos de vaquerías cercanas, hojas secas y cáscaras fermentadas; repelentes naturales de vinagre y ceniza; técnicas aprendidas en internet… “Eso sí —me advirtió—, hay que tener ganas de trabajar”.
Descubrir las potencialidades de cada planta forma parte también de su rutina, como ese curioso dato que me contó sobre los beneficios de la vicaria blanca para el malestar en los ojos.
La experiencia de Caro, se traduce en ideas para el beneficio de su pueblo. Como un jardín comunitario, funcional, del cual se puedan tomar las flores para los servicios funerarios. Promover el intercambio de semillas y el acceso por parte de los pobladores a estas.
Compartimos la opinión de que en varias ocasiones, sí hay condiciones para producir más, y se desaprovechan. No todo por causa de agentes externos, muchas veces por falta de gestión, o de atención, a ideas como estas que materializan la tan añorada soberanía alimentaria.
“Te imaginas que proyectos así se hicieran a nivel de circunscripción o consejo popular, donde entre todos se dieran apoyo. Si todo el mundo empezara a sembrar, cuanto no se ahorrarían”.
Y sí me lo imagino, después de verlo a él, con sus 78 años, su bastón y siendo sobreviviente de un cáncer de garganta. Con su casa ubicada en una zona urbana, no vayan a pensar que hablo de una finca o algo por el estilo, creo que al resto nos quedan muy pocas excusas, si no es que ninguna, para no sembrar aunque sea una matica de ají. Por mi parte yo me fui de la casa de Caro con una idea muy clara, la esperanza y la pasión que nos mueve, la podemos encontrar en cualquier parte, incluso un patio.




