Un horizonte compartido y necesario

Camagüey- En un mundo que clama por justicia social y desarrollo sostenible, la equidad de género emerge no como una mera aspiración, sino como un imperativo ineludible. No se trata de una agenda exclusiva de mujeres, más bien de un pilar fundamental para construir sociedades prósperas, justas y resilientes para todas las personas.

A menudo se confunde equidad con igualdad. Esta última busca tratar a todos de la misma manera. Mientras la equidad reconoce que las personas parten de diferentes realidades y necesitan apoyos distintos para alcanzar un mismo nivel de oportunidades y resultados. Es entender que una mujer que ha enfrentado discriminación sistemática, una persona transgénero que lucha por su reconocimiento o un hombre que desafía estereotipos de masculinidad requieren un abordaje que considere sus puntos de partida para garantizar una cancha de juego verdaderamente nivelada.

El camino hacia la equidad requiere un compromiso multifacético. En el ámbito individual implica una reflexión constante sobre nuestros propios sesgos inconscientes, desafiar estereotipos en nuestros entornos y educar a las nuevas generaciones en el respeto a la diversidad y la no violencia. En el plano institucional, exige políticas públicas con perspectiva de género que promuevan la corresponsabilidad en el cuidado y combatan la violencia de manera integral.

¿Ser madre es ser mujer?

La violencia de género en todas sus manifestaciones y los persistentes estereotipos culturales, son solo algunas de las caras de la inequidad que aún nos lastran. Estos no son problemas de mujeres, son problemas sociales y económicos que merman el potencial colectivo, frenan la innovación y empobrecen la democracia.

A menudo, el debate sobre este tema se simplifica o, peor aún, se trivializa. Se le reduce a una lucha de mujeres o a una moda ideológica. Sin embargo, comprender la equidad de género es entender que el mundo operó durante milenios bajo sistemas patriarcales que asiganon roles, expectativas y valores diferenciados y jerarquizados.

Promover la equidad de género significa desmantelar prejuicios arraigados y estructuras que históricamente privilegiaron a unos sobre otros. Implica políticas públicas con perspectiva de género en educación, salud, trabajo y seguridad. Significa fomentar la corresponsabilidad en el hogar, educar a las nuevas generaciones en el respeto y la diversidad y desafiar las normas de masculinidad tóxica que también encadenan a los hombres.

La equidad no busca igualar a todos en un molde homogéneo, sino reconocer y valorar las diferencias, asegurando que estas no sean motivo de desventaja o discriminación, y que las personas tengan las herramientas y el apoyo necesario para superar los obstáculos inherentes a sus puntos de partida.

Sin embargo, no es un destino final, sino un camino continuo y dinámico que nos desafía a cuestionar, aprender y evolucionar. Es una invitación a mirar más allá de las estadísticas y ver las historias humanas detrás de cada cifra, a reconocer el valor intrínseco de cada individuo y a trabajar activamente para que cada persona, sin importar su género, pueda florecer plenamente y aportar su máximo potencial a la sociedad.

La equidad de género no es solo una causa noble, es la causa de todos y todas y su avance es el progreso de la humanidad en su conjunto. Es hora de hacer de este horizonte compartido, una realidad palpable.

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