¡Tantas como Elsa!, esa anónima mujer rural

Elsa es una cubana que disfruta el  amanecer en el campo de su natal Vertientes, en la centroriental provincia de Camagüey. Allí nació, echó raíces, vástagos, ramas familiares que todavía hoy a sus 78 años  no le dejan alejarse un día, tan solo un día, de esas tierras que ni esta empecinada sequía les roba su encanto.

Elsa nunca ha necesitado protagonismos ni lujos; para ella ha sido suficiente el amor por su “viejo” desde los años mozos para seguir ahí, plantada  como  la ceiba o la anacagüita más frondosa. Sin su callado esfuerzo cotidiano, hijo y esposo, carecerían de comida caliente en tiempo al regreso del surco, del aliento necesario cuando las cosechas se complican y también, por qué no, de una de sus más importantes razones para sudar sobre la tierra y recibir de ella lo mejor.

Tal vez en sueños, Elsa se ha visto fuera de su ambiente rural, de sus cerdos y carneros que malcría, de las gallinas y patos conocedores de sus mañas, de sus fieles perros y de esos gatos melosos que rondan su mesa y le exigen comida. Entonces habrá sobrevenido en ella la duda de si ha valido la pena tanto sacrificio y huellas en su cuerpo, ya resentido por los rigores de los años y del trabajo duro. Sin embargo, nunca lo ha dicho. Sería para Elsa como traicionar a la tierra y traicionarse a sí misma.

Pero, ¿cuántos –incluida la familia- habrán hecho un alto para reconocer esa entrega sencilla y grandiosa de Elsa? ¿No habrá merecido acaso esta mujer un homenaje un millón de veces? Por eso, descubrir del anonimato a mujeres rurales como Elsa es más que empeño, justicia con esas féminas que madrugan, desempeñan en un día diferentes roles y aportan a la economía  familiar y local.

Cierto es que cada vez son más las mujeres rurales que en Cuba tienen el reconocimiento merecido en el sector agropecuario. Las cifras hablan de más de 200 mil, y de ellas cerca de 17 mil se han acogido al Decreto-ley número 300, que otorga tierras en usufructo, con su consiguiente contribución al progreso de la nación.

Cierto es también que la Federación de Mujeres Cubanas  insiste en ese necesario  respeto a las campesinas, a hacer valer su derecho de tomar decisiones y recibir sus propios ingresos; y en verdad, en Camagüey y en toda la Isla se ha avanzado. Más es este un camino aun largo, preñado de prejuicios y tabúes ancestrales para ensombrecer y llegar hasta ignorar la utilidad de las mujeres en la vida rural. Un camino que demanda luces de equidad, respeto y amor a mujeres como Elsa, sutiles y sacrificadas, a las que la propia tierra, incluso, les debe una reverencia.