Revolucionario y poeta

Revolucionario y poeta

José Martí es recordado con justicia como el Héroe Nacional de Cuba, el gran organizador de la Guerra Necesaria, el ideólogo de una república con todos y para el bien de todos. Martí fue también uno de los más altos exponentes de la poesía hispanoamericana del siglo XIX, un periodista de prosa vibrante, un pensador de asombrosa lucidez. Su palabra no fue un adorno ni un escape, sino parte de su arsenal libertario. En él, la creación literaria y la acción política no se contradecían, se potenciaban.

Sin embargo, no han faltado quienes han intentado separar al poeta del revolucionario, al ensayista del conspirador, como si se tratara de roles excluyentes o fases inconexas. Cabe entonces preguntarse: ¿limitó su vocación política la calidad o el vuelo de su obra literaria? A la luz de sus textos —cartas, artículos, versos, discursos—, la respuesta es clara: no solo no la limitó, sino que la enriqueció. Martí hizo del lenguaje un instrumento para el bien, una herramienta para educar, conmover y movilizar.

Su obra revela a un hombre que no escindía la belleza del deber. El estilo martiano no es apenas ornamento: es revelación, es compromiso. En su prosa y poesía late la urgencia del que sabe que escribe para transformar. Su periodismo no era neutro, sino cargado de intención ética. En él, la estética no es una máscara, sino una vía para tocar el alma y despertar conciencias. Y lo admirable es que, incluso en medio de la vorágine revolucionaria, Martí se mantuvo fiel a la palabra como forma de resistencia y construcción.

La coherencia entre pensamiento, palabra y acción define su grandeza. Martí no fue un escritor que ocasionalmente se dedicó a la política, ni un político que incursionó en la literatura. Fue un ser integral cuya vocación de servicio se expresó tanto en el campo de batalla como en las páginas del Patria. Su obra no es un anexo de su vida política, ni su lucha un episodio marginal de su escritura. En él todo se conjuga: el amor, la justicia, la verdad, la belleza.

No es casual que se le reconozca como un clásico de las letras hispanoamericanas. Su vigencia no descansa únicamente en su papel histórico, sino en la profundidad, originalidad y universalidad de su pensamiento. Martí no ha envejecido. Sus ideas sobre la educación, el racismo, el imperialismo, la cultura, la ética, siguen hablando con fuerza a las generaciones actuales. En tiempos de incertidumbre, su voz ofrece claridad, su ejemplo ofrece rumbo.

A 130 años de su caída en combate, Martí sigue siendo un pensador de todos los tiempos. Su legado no admite segmentaciones reduccionistas. Cuba tiene el privilegio de que su figura más alta en el campo de la política, sea también una de las cimas de su literatura. Leer a Martí no es solo un ejercicio de memoria: es un acto de renovación espiritual. Hay que leerlo, sí, pero hay que leerlo mejor. Porque en sus palabras hay claves para comprender el pasado… y construir el porvenir.

Por: Yuris Nórido/ Portal CubaSí | Foto: Obra de Roberto Fabelo

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