La huida de los inocentes… ¿hacia dónde?

Vivo en Cuba, esta isla larga y estrecha ubicada en la entrada del Golfo, como puesta allí para figurar cual llave que abrió las puertas al trasiego de mercancías desde las colonias hacia la metrópoli española, con la consabida secuela de exterminio para los aborígenes que poblaban la América.

Pero esa posición privilegiada tiene en su contra un hecho probado una y mil veces a costa de muchos sinsabores: está justo en el camino de casi todos los huracanes que se forman en el área del Caribe.

Por tal razón conozco de cerca las evacuaciones de miles de personas que se producen ante las amenazas de ciclones tropicales, cuya trayectoria hace prever daños en localidades de lato riesgo como las costeras, las asentadas aguas abajo de grandes embalses o en cuencas de ríos con tendencia a desbordar su cauce.

Y he visto el dolor de esas familias que se apartan  solo por unos días de sus más preciados bienes y sus viviendas, aún cuando saben que éstas serán custodiadas por personal escogido y por las autoridades, y que en la medida que lo permitan los recursos,  lo dañado les será restituido.

Esos ciudadanos se alojan en escuelas habilitadas para tal efecto, donde se les brinda atención médica especializada, las comidas de rigor y aún en los casos de que requieran de una dieta o medicación específica, la obtienen, sin costo alguno.

Pero aún con esa amplia experiencia, resulta imposible imaginar qué sienten esos millones de personas desplazadas a cientos de kilómetros de sus hogares por la guerra o las hambrunas,  que deciden probar suerte y con algunos artículos indispensables, acompañados de niños y ancianos, atraviesan desiertos, y aún mares tan peligrosos como el Mediterráneo.

Como resultado, las noticias se encargan de difundir los centenares de naufragios en las costas de Grecia o Italia, o en medio del mar hasta donde han llegado precarias embarcaciones abarrotadas  y medio deshechas, con su carga de miedo, dolor, incertidumbre y desesperación a bordo.

¿Es tan difícil erradicar las causas de ese éxodo sin precedentes? ¿Por qué buscan las soluciones como simples analgésicos, sin profundizar en los factores desencadenantes de una crisis de proporciones gigantescas y sin que se avizore el final?

Lejos de menguar, se recrudecen los conflictos bélicos que matan civiles y desplazan a los despavoridos sobrevivientes; se agudiza el hambre que corroe los estómagos de cientos de millones, y enfermedades perfectamente prevenibles y curables continúan sujetas a la divina providencia… en el caso de los que todavía creen en algún dios.

Y lo peor es que muchos gobiernos de la sabia, culta y compasiva Europa, eluden sus responsabilidades humanitarias, levantan muros, y hacen oídos sordos al llanto de las víctimas, quienes tienden inútilmente sus brazos, en espera de una mano solidaria.

Pareciera que esos que se desentienden del problema no vieron la foto que recorrió el mundo, en la que el cuerpo sin vida de un niño ¿descansaba en paz? Sobre la arena de una perdida playa en el viejo continente.