Crónica de una historia anunciada

Camagüey- En tiempos de relaciones “tóxicas” no escapa la de los periodistas con sus historias. Me gusta que Galeano nos llame hijos de los días, yo digo que somos las historias que contamos.

Las historias no quieren a los contadores que las ignoran, las dejan desnudas, con frío, sin el abrazo que las haga sentirse ellas otra vez, que le hagan el amor sin tocarlas y exploten juntos de emociones. Se esconden, se disfrazan, no quieren que esos contadores las maquillen como payasas dibujando una sonrisa amplia cuando la verdadera expresión es de tristeza, preocupación o desencanto.

Las historias están ahí, humildes, sencillas, discretas, en la esquina más modesta de esa habitación revuelta, regada, llena de colores, olores y sabores que es la sociedad, esperando que los buenos contadores las descubran. Ellos saben que ellas no salen a exhibirse como prostitutas para que cualquiera las use, las manosee, las exprima, y luego las tire al montón, cuando le resuelvan su “imperiosa” necesidad de expresarse de esa forma burda, mecánica, antipoética.

Los buenos contadores las encuentran dormidas en su rinconcito, les besan la frente y les brindan una mano amiga, sincera, mientras las invitan a descubrir y descubrirse ante el mundo, a sentir, a soñar; y a las historias les brillan los ojitos y en el rostro de les dibujan los detalles, sin necesidad de decir palabra alguna. Y no importa si son ilustradas, si tienen miedo escénico o si hablan mejor con gestos y señales, porque para contarse basta con entenderlas bien.

Así salen juntos, a conquistarse y conquistar (espacios, etapas, generaciones), a amarse y amar ese segundo infinito en que su relación se hace eterna, o sencillamente marcar la diferencia en el momento exacto en que la tinta los perpetuó en una plana, o el viento generalizó el éter, o la imagen des-alumbró la esencia.

Y luego se van, cada quien por su lado, porque los contadores, los buenos, tienen todavía muchos mundos por descubrir y mostrar, y las historias, que todas son buenas, esperan a que otros lleguen a descubrirlas, y las tomen otra vez, para amarlas a su forma, con pasión y locura, con romance y entrega, pero intensa y verdadera, que es la única manera de vivir bien la realidad… y contarla, como solo los buenos periodistas saben hacer.

Por Gelsy Rodríguez Rivero

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