El cielo llora: murió un maestro

Llueve. El amanecer del nuevo día trajo una noticia inesperada. Conmoción, dolor, vacío… y la lluvia. El cielo parece saber que un alma noble y sincera ha partido.

Hoy ha muerto José Antonio Chávez Guetton, Premio Nacional de Danza 2023: el coreógrafo, el artista, el maestro de sonrisa afable; el caballero que, tras su sombrero, desbordaba sabiduría, elegancia y una pasión por el Ballet tan auténtica, tan suya.

Su esencia era la danza. Ese muchachito que fue expulsado de su hogar por soñar con ser bailarín supo sembrar en sus alumnos la semilla del amor más puro por el ballet.

Fue el 25 de marzo de 1982, en el Teatro Principal de Camagüey, con diseños de Jorge Lozano y vestuario de Otto Chaviano, cuando se estrenó su primera coreografía: Ofelia. Un solo inspirado en el personaje de Shakespeare que se convertiría en un referente de innegable grandeza dentro del repertorio del Ballet de Camagüey.

El investigador Ángel Padrón Hernández, en su artículo “José Antonio Chávez, el coreógrafo que Camagüey celebra”, describe así aquel momento: “Se corrían las cortinas y aparecía una bailarina en el fondo, arrodillada, con el rostro cubierto con sus manos; cuatro tenebrosos candelabros encendidos bajaban lentamente de lo alto, saturando la atmósfera de la escena de un misterio luctuoso y sombrío que se apoyó con el Preludio de Lohengrin de Wagner —pieza que, como melómano que soy, adoro y que puso una acentuada nota dramática y angustiante”.

Luego nacieron piezas como Dúo y Oda —esta última creada especialmente para rendir homenaje a Máximo Gómez, con Aida Villoch y Jorge Esquivel como intérpretes—. Igualmente creó Fidelio, un ballet inspirado en la vida del pintor camagüeyano Fidelio Ponce de León, donde Chávez alcanzó una madurez creativa palpable.

Sobre Fidelio, Padrón Hernández apuntó: “Creo que el ballet Fidelio sentó una pauta ‘del desnudo’ en el ballet en Cuba, porque no recuerdo, al menos en aquellos tiempos, que nadie se hubiera aventurado a algo así en la danza clásica. Era como una transgresión y Chávez salió airoso; el teatro se caía literalmente de aplausos con aquel final, que era el pináculo dramático de la triste historia de Fidelio Ponce de León, quien terminó sus días agonizante y tuberculoso sobre una gran cama. Fidelio tuvo muchas funciones inolvidables por su gran carga de emotividad, elemento que se sumó a los valores de la excelente coreografía de José Antonio Chávez”.

De su increíble genio creativo surgieron también Arias, Adagio, Vivaldina —un verdadero regalo—, Danzoneando —con diseños del maestro Nazario Salazar—, Cadete Constitucional, El Beso de la Muerte, Adam Pas de Deux, Desequilibrio y Concierto Barroco.

Otro de sus grandes triunfos fue su versión completa del más romántico de los ballets, Giselle, para el Ballet de Camagüey, donde no traicionó los códigos tradicionales del clásico y, a la vez, le concedió un atractivo peculiar.

José Antonio Chávez vivió para la danza. Hace apenas tres meses, en una entrevista, expresó: “Este teatro, este escenario, guardan muchos momentos inolvidables. Aquí yo he sido inmensamente feliz. Primero como bailarín. Cuando tu manera de expresar la belleza, de expresar sentimientos, logra llegar a los demás, creo que se alcanza de verdad un nivel de realización inmenso. Un día, indiscutiblemente, ya yo no estaré, pero siempre me va a acompañar la satisfacción de haber logrado que mi obra llegara al público, y ese es mi mayor premio”.

Nuestro premio, sin duda, fue haber tenido al maestro Chávez.

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