Nuestra Amalia Simoni

¿Qué sabemos de Amalia? ¿En qué medida estamos conscientes de sus sacrificios y patriotismo? Nació el 10 de junio de 1842 en el entonces Puerto Príncipe, hoy ciudad de Camagüey. Fue la mayor de las dos hijas del matrimonio formado por el médico José Ramón Simoni y Manuela Argilagos.
Esposa del héroe insigne de la región Ignacio Agramonte; a pesar de provenir de una de las familias camagüeyanas más acaudaladas de la época, devino en una invaluable luchadora en pos de la independencia de Cuba.
Desde el 11 de noviembre de 1868 el esposo va a la guerra contra la metrópoli española. La pareja solo se reencuentra en escasas ocasiones. Ella colabora activamente con las fuerzas mambisas,  presta servicios en hospitales de campaña, sufre los rigores de la cárcel y luego el exilio.
En una ocasión arrestada por las tropas enemigas se le exigió que escribiera a Ignacio para que abandonara la lucha. Su respuesta fue categórica: «Primero me dejo cortar una mano antes que escribirle a mi esposo para que sea un traidor»… ¡Fáciles son los héroes con tales mujeres!, diría años después José Martí al conocer ese episodio.
Amalia e Ignacio no pueden separarse en ningún análisis, son dos partes de un mismo ser. De su amor memorable y recordado siempre entre los cubanos nacieron dos hijos. Ernesto fue el primogénito, a quien su padre llamaba elocuentemente  Mambisito. Herminia llegó luego  en Nueva York. El  Mayor nunca pudo conocerla dada su temprana caída en combate en los camagüeyanos potreros de Jimaguayú.
De la triste noticia sobre la caída en combate de su amado supo Amalia en Yucatán.  Dejó entonces una frase inolvidable: «Parece que cuando una tiene hijos ama más la libertad». Al concluir la Guerra Grande regresa a Puerto Príncipe. En 1895 estalla la nueva contienda organizada por Martí y el gobierno colonial practicamente la obliga a emigrar. Le temían a su ejemplo y patriotismo.
De vuelta a Estados Unidos recauda fondos para la lucha  tocando el piano o en calidad de soprano. La crítica llegó a considerar su voz entre las mejores y más timbradas de entonces, en criterio de su amiga, la destacada poetisa Aurelia Castillo.
Al finalizar en 1898 la guerra sin alcanzar una verdadera independencia Amalia se opone tenazmente al intervencionismo norteamericano en la isla y a la Enmienda Platt. Cuando le ofrecen ayuda económica por ser la viuda de El Mayor General afirma: “ Mi esposo no peleó para dejarme una pensión, sino por la libertad de Cuba.»
El 24 de febrero de 1912 devela en el principal parque de la ciudad de Camagüey una estatua ecuestre de Agramonte y el parecido es tal que sufre un desmayo; hecho que los lugareños recordamos con frecuencia al recorrer el sitio.
Falleció nuestra Amalia a los 73 años de edad, un 23 de enero de 1918 en La Habana. Había pedido que la enterraran junto a su padre en el Cementerio de Camagüey, cerca de donde podría estar su amado Ignacio,- cuyas cenizas reza la leyenda popular fueron esparcidas allí por orden de las autoridades españolas. Tal cual lo añorara,  sus restos reposan en Puerto Príncipe desde el primero de diciembre de 1991.
Una vida de sacrificios, entrega y principios la signaron; como también puede decirse que amó más allá de sí misma a Cuba, a Ignacio y a sus hijos…