Un diamante con alma de beso 

 Este once de mayo se cumplen ciento cuarenta y seis años de la caída en combate del patriota Ignacio Agramonte Loynaz. Lo llamaron “El Mayor”, “El Bayardo”, y José Martí lo calificó como “El diamante con alma de beso”. Con esos apelativos ha trascendido a nuestros días quien, con toda razón, es el hijo del Camagüey que continúa cabalgando en la extensa llanura.

Reseñar en unas pocas líneas la trascendencia de la vida y el accionar de Ignacio Agramonte resulta difícil por su amplio quehacer, aun cuando con solo treinta y dos años cayó en combate en el Potrero de Jimaguayú; duro golpe para el Ejército Libertador y para la lucha contra el colonialismo español.

  Ante nosotros se revela un hombre que no le temió a nada ni a nadie, y puso su inteligencia en función de organizar una caballería temible por los estragos que causaba en las filas enemigas.

 Enrique Collazo, coronel del Ejército Libertador, así lo definía: «Al joven de carácter violento y apasionado, lo sustituyó el general severo, justo, cuidadoso y amante de su tropa; moralizó con la palabra y con la práctica, convirtiéndose en maestro y modelo de sus subordinados, formó, en la desgracia y el peligro, la base de un ejército disciplinado y entusiasta».

 No hizo Ignacio Agramonte juramento  ni pacto alguno que no fuera con Cuba, esa que fue su amada siempre, tanto como su Amalia.

 El Camagüey conoció de sus hazañas, las mismas que hicieron temblar al enemigo español, un enemigo que hasta muerto le temió y decidió incinerar su cadáver como si de ese modo fueran a borrarlo para siempre.

 El Mayor, protagonizó en vida unos cien combates en la manigua insurrecta.

 Su designación como jefe de las operaciones en Camagüey fue sumamente oportuna, en momentos que parecían indicar el derrumbe de los libertadores, continuó peleando y transformó a las fuerzas a su mando en unas de las más aguerridas, organizadas y disciplinadas en la gesta libertaria.

 Sus dotes indiscutibles de dirigente político, orador y hombre de acción, lo convirtieron en elemento clave para llevar adelante la Revolución en la zona central de la Isla. 

 Ignacio les inculcó a los patriotas camagüeyanos su ejemplo y extraordinarias virtudes y tan pronto tomó el mando, les hizo ver a las tropas españolas que Camagüey tenía capacidad de combate, que no estaba desmoralizada, por el contrario, lista para desarrollar su espíritu de resistencia. 

 Principal prócer del Camagüey, de su apellido se ha generado el gentilicio más amado por los habitantes de la provincia de Camagüey: agramontino.

 En la reunión del Paradero de Las Minas, apenas comenzada la Guerra Grande, Agramonte arremetió contra quienes aún vacilaban acerca del destino de Cuba, al decir «Acaben de una vez los cabildeos, las torpes dilaciones, las demandas que humillan, Cuba no tiene más camino que conquistar su redención, arrancándosela a España por la fuerza de las armas».

 Gloriosa esta actitud de El Mayor, quien hoy convoca a los camagüeyanos a nuevas batallas para solidificar las bases de la Revolución siempre con la certeza de que la capacidad de combate, la moral y la resistencia son atributos esenciales en el éxito final.

 Participó como delegado por Camagüey en la Asamblea de Guáimaro, en la que fue redactada y oficialmente aprobada la Primera Constitución de la República en Armas.

 Sus hazañas militares lo ubican entre los grandes estrategas de la lucha armada; el rescate del brigadier Julio Sanguily, con apenas treinta y cinco hombres, es una muestra de la excelencia del arte militar cubano.