¡A sus órdenes!, Mayor

Ignacio Agramonte Loynaz, “El Mayor”, ha sido inspiración de los camagüeyanos desde las guerras de independencia de la opresora bota de España hasta para las presentes generaciones, armados “Con la Vergüenza”, que enfrentan obstáculos exteriores como el genocida bloqueo económico de otro imperio y en el ámbito interno, cargan contra inercia para el bien de Cuba, de todo el pueblo que se enorgullece de tener el gentilicio de agramontinos.

Tales razones acompañan hoy a la conmemoración del 148 aniversario de su caída en combate, víctima de su patriótica osadía mostrada en un centenar operaciones frente al ejército colonial, cuando el 11 de mayo de 1873, organizaba el combate a una columna de soldados españoles en los potreros de Jimaguayú, al sur de la entonces Villa de Santa María  del Puerto del Príncipe (Camagüey)

El 11 de noviembre de 1868, Agramonte se había sumado al pequeño contingente de insurrectos camagüeyanos que en el ingenio “Oriente” respondían respondido  llamado  de Carlos Manuel de Céspedes, en “La Demajagüa”, el 10 de octubre. Antes de la fecha, el abogado de fuertes ideales independentistas  había cumplido clandestinamente otras misiones  organizativas de la Junta Revolucionaria y en la recolección de  armas.

 Siete días después tiene el bautismo de fuego de Agramonte cuando forma parte de la exitosa emboscada en Ceja de Bonilla, Minas, a un tren que se dirigía a Nuevitas con ochocientos soldados españoles y artillería.

 Salvador Cisneros Betancourt aclara «se portó Ignacio muy valiente y bien; en un principio rechazó a más de media docena de soldados que intentaron llegar hasta él, más habiendo sido herido levemente, su primo y concuño Eduardo (Agramonte Piña), muy al principio de la acción, dejó el campo para acompañarle y llevarle.»

 Durante su presencia en el campo insurrecto demostró dotes de dirigente político y jefe militar con una consecución de páginas de demostrada valentía e inteligencia en la formación de la caballería mambisa, cuyas cargas eran el terror de las tropas españolas; el enfrentamiento a seguidores de propuestas deshonestas de la metrópoli española; y su huella en la primera constitución de la República en Armas (1869)

 Su respeto por Céspedes, pese a las diferencias, fue siempre irrestricto; idolatrado el eterno amor por su Amalia (Amalia Simoni) en medio del fragor de la lucha; y arriesgado el rescate de Julio Sanguily, cuando al frente de una treintena de jinetes atacó a una columna española, casi cuatro veces superior en efectivos.

 En las acciones combatidas del 11 de mayo de 1873, contra fuerzas españolas de infantería, caballería y artillería, en Jimaguayú, según expresa José Martí, el Mayor General Ignacio Agramonte se dispuso a morir para salvar a sus compañeros y ver luego de salvarse él. Murió en una escaramuza. Su cadáver fue ultrajado y dispersadas sus cenizas al viento.

 En una carta escrita a Amalia Simoni el 19 de noviembre 1872 señala:

 «En cuanto a mí, Amalia idolatrada, puedo asegurarte que jamás he vacilado un solo instante, a pesar de cuanto he tenido que sacrificar en lo relativo a mis más caras afecciones, ni he dudado nunca de que el éxito es la consecuencia preciosa de la firmeza de los propósitos y de una voluntad inquebrantable: sobre todo, cuando se apoyan en la justicia y en los derechos del pueblo».

 

Así es el ejemplo imperecedero de “El Mayor”, ¡A sus órdenes!