El discurso sobre la inserción laboral de los jóvenes en Cuba está cargado de optimismo: formación gratuita, oportunidades y un mercado emergente de emprendimientos. Pero, al aterrizar en la realidad, la experiencia es otra. Graduarse es fáci, si se cuenta con interés y ánimo de sacrificio, sin embargo, encontrar un trabajo proveedor es otra historia.
Cada año, cientos de jóvenes terminan sus estudios con expectativas que rara vez encuentran un terreno firme donde asentarse. No es solo un problema de oferta y demanda, sino de condiciones: los empleos disponibles muchas veces no cumplen con las expectativas salariales ni con las posibilidades reales de desarrollo profesional.
Según la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI), la tasa de desempleo juvenil en Cuba se situó en 3,5% en 2022, pero esta cifra no refleja el verdadero alcance del problema. Los números pueden mostrar estabilidad, pero en la práctica, conseguir trabajo con condiciones dignas sigue siendo una tarea difícil. La tasa de desempleo real entre jóvenes de 18 a 30 años se estima en 17,2%, y aunque muchos logran emplearse, más de 27,5% lo hacen a tiempo parcial o en condiciones de inestabilidad.
En muchos casos, los jóvenes terminan desempeñando funciones ajenas a su formación académica, en sectores donde la demanda es alta pero las condiciones laborales no son las mejores. La economía informal ha crecido como alternativa, y aunque no hay cifras precisas, es evidente que cada vez más personas dependen de trabajos sin contrato, sin seguridad social y con ingresos fluctuantes.
El sector estatal sigue siendo el principal empleador en Cuba, con más del 70% de la fuerza laboral vinculada a entidades estatales. Pero esa estabilidad que se promete tiene serias limitaciones. Según datos de la ONEI, el salario medio en el sector estatal ronda los 4,856 pesos cubanos, equivalentes a aproximadamente 40 dólares, una cantidad que pocas veces alcanza para cubrir lo esencial, si se tiene en cuenta el costo de productos básicos en el mercado de manera general.
Por otro lado, el sector privado ha ganado espacio con la expansión de las micro, pequeñas y medianas empresas (Mipymes) y el trabajo por cuenta propia. En 2024, el número de Mipymes registradas superó las 8,000, generando empleo en comercio, gastronomía y servicios. En la Cuba de hoy, no es raro ver médicos atendiendo en cafeterías, ingenieros vendiendo productos importados o licenciados en distintas especialidades trabajando como dependientes en puntos de venta. No es porque hayan cambiado de vocación, sino porque sus profesiones ya no les garantizan estabilidad económica. La realidad laboral los ha empujado hacia sectores donde pueden ganar un poco más, aunque sin seguridad ni beneficios a largo plazo.
Lo que está pasando no es solo una elección individual, sino un síntoma de un problema más grande. Cuando quienes deberían estar en hospitales, universidades o industrias terminan en puestos de trabajo ajenos a su formación, la pérdida va más allá de lo personal. Sectores estratégicos como la salud y la educación se resienten, la calidad de los servicios baja, y el país pierde profesionales que podrían aportar a su desarrollo.
El mercado laboral ha dejado de responder a la lógica de la especialización, y cada vez más jóvenes entienden que para salir adelante, la solución no siempre está en su profesión, sino en la capacidad de adaptarse a lo que la realidad les ofrece. Por eso, la frustración es inevitable; años de estudio y esfuerzo deberían traducirse en oportunidades claras, pero muchas veces solo conducen a callejones de incertidumbre. Algunos intentan abrirse camino fuera del esquema tradicional: emprender, reinventarse, buscar nuevas formas de generar ingresos.
Hay quien emprende con recursos limitados, en un contexto donde el éxito depende más de la capacidad de adaptación que de las oportunidades reales. Otros, simplemente, deciden marcharse. La emigración juvenil ya no es solo una opción, sino un reflejo del desencanto con el mercado laboral.
En 2024, más de 250,000 cubanos emigraron, dejando un vacío generacional en sectores clave y acelerando el envejecimiento poblacional. Según la ONEI, el saldo migratorio externo fue de -251,221 personas, lo que significa que la cantidad de emigrantes superó ampliamente la de nuevos habitantes. Hoy, más del 25% de la población cubana es mayor de 60 años, lo que compromete la sostenibilidad de servicios esenciales como pensiones y atención médica, y agrava la crisis económica y social del país.
El Estado ha impulsado estrategias para mejorar la inserción laboral juvenil, pero los resultados han sido limitados. Se han promovido ferias de empleo y programas para atraer inversión, pero muchas de las ofertas laborales disponibles se concentran en sectores con bajos salarios y escasa estabilidad. En 2024, el gobierno presentó una cartera de 607 proyectos de inversión, pero el número de nuevos negocios sigue disminuyendo, lo que refleja una desaceleración en la atracción de capital extranjero.
¿Qué pasa cuando ese futuro estable no parece llega? En algún momento, hemos entendido que el camino profesional no está escrito de antemano y que, si queremos avanzar, no basta con esperar oportunidades: hay que crearlas, incluso cuando el entorno no lo facilita.
En algún punto, los jóvenes cubanos han entendido que su desarrollo profesional no depende únicamente de las opciones que les ofrece el sistema, sino de su capacidad para reinventarse y resistir dentro de una realidad en transformación.