Mi abuela y el voto

Mi abuela, obviamente ya fallecida, vivió 87 años, en los cuales sufrió muchas penurias materiales, especialmente desde que enviudó relativamente joven con tres hijos pequeños, a quienes logró criar a fuerza de mucho sacrificio y montañas de ropa ¨lavada para afuera´¨ como se decía entonces.

Juntos pasábamos inolvidables ratos durante los cuales conversábamos de esto o de lo otro, yo con impaciencia por saber más, y ella armada con la sabiduría que le dieron los golpes de la vida.

Me contaba de su abuela quien conoció los horrores de la Reconcentración de Valeriano Weiler, precursor de los campos de exterminio que organizaron después los nazis en Europa, y enumeraba los ¨malos cubanos¨ que ocuparon la presidencia del país para robar y engañar al pueblo.

Decía mi abuela que solo votó en una ocasión, y fue durante la cruel enfermedad de su esposo, cuando un pariente cercano le recomendó a determinada persona que ¨tenía conexiones¨ en La Habana y la podría ayudar a conseguir asistencia médica especializada en la capital.

Entró en contacto pues la pobre mujer con el individuo en cuestión, quien accedió a darle una ¨recomendación¨ pero eso sí, previa la garantía de su cédula electoral y las de algunos familiares, para contribuir de esa forma, en agradecimiento al ascenso al gobierno del candidato ¨X¨.

Juraba la pobre víctima (no sé de qué otra forma podría llamarla) que aunque el personaje de la capital la atendió en su despacho, y le prometió consultas y más consultas con renombrados especialistas, todo lo que consiguió fue que un médico sin renombre alguno examinara al enfermo y le aconsejara seguir los dictámenes de los galenos camagüeyanos.

A pesar de su dulce carácter y de su admirable filosofía de ¨qué vamos a hacer, si no tiene remedio¨ abuela hablaba con un tilín de rabia cuando recordaba aquellos tiempos, y  me juraba que nunca votó voluntariamente, solo en aquella ocasión, cuando el amañado politiquerismo la envolvió.

 

 

Pero cómo brillaban sus ojitos azules cuando se refería al cambio que se obró el primero de enero de 1959, cuando Fidel bajó de la Sierra y acabó con la M… (Afirmo rotundamente que en muy pocos momentos de su vida dijo alguna palabra mal sonante) que llenaba hasta los bordes la isla.

Apoyó con las dos manos y con el corazón todos los cambios que para bien de los cubanos se produjeron, y siempre votó, entre las primeras, bien temprano.

No me cabe duda alguna que  hoy 24 de febrero, si  aún viviera, volvería a levantarse a las cinco y media de la madrugada, para colar su exquisito café (de coladera, no de cafetera), y vestida como una dama antigua asistir al colegio electoral, para ejercer ese derecho que nos asiste a todos los cubanos de decidir nuestro destino y votar por el SI.