Las rosas que todos apreciamos

Véalas como yo las veo en la cotidianidad de la provincia de Camagüey, en toda Cuba.

Allí están como doctoras y enfermeras, maestras de generaciones, ingenieras, técnicas, obreras y campesinas si manos rudas, aun cuando las amenacen los hierros y la grasa, el polvo de la tierra, el rumor del agua; defensoras del arte y del suelo patrio; convincentes funcionarias y dirigentes…en fin, sobresale la presencia de la mujer en todas las esferas de la sociedad, en cada obra de la Revolución.

Nuestras mujeres están presentes mayoritariamente en las misiones de buena fe, a costa de sacrificios personales y comodidades, que brindan la mano amiga en decenas de países.

En cada generación, desde las gestas independentistas hasta nuestros días, las cubanas épicas, talentosas y sencillas, han manifestado un don especial de marcar hitos en la Historia.

Los acontecimientos de la participación femenina en la sociedad ponen en juicio aquella frase del “sexo débil” y la convierten en un término obsoleto.

En Cuba está bien claro la igualdad de derechos entre mujeres y hombres y penalizan cualquier “discriminación por motivo de raza, color de la piel, sexo, origen nacional, creencias religiosas y cualquier otra lesiva a la dignidad humana

Letra a letra se ha cumplido el pensamiento de José Martí: “Las campañas de los pueblos solo son débiles, cuando en ella no se alista el corazón de la mujer; pero cuando se estremece y ayuda, cuando la mujer, tímida y quieta de su natural, anima y aplaude, cuando la mujer culta y virtuosa unge la obra con la miel de su cariño la obra es invencible”.