Nací en un pueblo, un pueblito, de Camagüey… que por estar fuera de la gran urbe habanera ya merece la condición de “ lugar de campo”; en verdad está también lejos de los márgenes citadinos de la región agramontina, pero, Céspedes no es el campo. A veces en broma digo que nací en el “vedado cespedeño”, sí, porque existe una calle principal en el que hay un paseo de bancos, jardines y farolas… que le dan cierta urbanidad al sitio.
Bueno, hoy se me ocurrió escribir sobre el lugar y la calle en el que viven aún mis padres y donde yo nací… porque, con mucha frecuencia mis amigos me dicen “guajira” o cuando hablo les parece que asumo ciertas “guajiradas” propias del decir cotidiano del hombre de campo en Cuba.
Es verdad, que como si hubiera nacido entre ellos, me descubro muchas veces construyendo frases en las que tomo como referentes o símiles las cosas y hecho más comunes de los campesinos. Por ejemplo, ayer intentaba explicarle a unos colegas el tamaño de los plátanos que había comprado y use la frase: “parecían tarros de vaca”. Entonces, como tantas veces me dicen guajira, unas cariñosamente otras no tanto, yo me lo he creído, y lo asumo con un orgullo del carijo (así dicen los guajiro cuando algo les parce muy grande).
Tengo que confesar que mi abuelo paterno alimentó a su familia de doce hijos doblado sobre el surco y mi padre de pequeño lo ayudó a cultivar la tierra, más, yo nací en calle de asfalto y paredes de cemento, en ese pequeño pueblito del que les cuento que se llama céspedes y tiene una “Alameda” con bancos, jardines y farolas, y que reza en las estadísticas como lugar urbano.
Pero, fue el periodismo, y aún lo es, el verdadero nexo entre los campesinos, o guajiros, y yo. A mi oficio de buscar vivencias, entre hombre y mujeres hacedores, le debo el privilegio de sentir en carne propia, y como si me corriera por la sangre, esa empatía peculiar con los guajiros del campo. Por tanto, hoy no podía dejar de usar mi instinto periodístico para FELICITAR a los campesinos y campesinas cubanos en su día.
