El ocaso del planeta

Sismos en Perú, Asia, Estados Unidos; lluvias torrenciales en algunas regiones, en otras la sequía más severa… los glaciares desparecen a toda velocidad y miles de especies mueren por año, mientras millones de hectáreas son deforestadas en pro de la ¿civilización?

El planeta tierra se queja, se agita, convulsiona, en fin agoniza ante la mirada de sus propios moradores, la principal causa de destrucción.

Mucho han hecho y continúan haciendo los llamados bípedos pensantes para provocar, y aún acelerar su propia eliminación como especie y aunque tanto se habla en foros y cumbres, lo cierto es que en la práctica, nada o muy poco se acciona para revertir el desastre.

Pero no contentos con el constante afán suicida, buena parte de los gobiernos de los países más ¨desarrollados¨ se involucran en guerras que nada tienen de patrióticas o defensivas, sino de rapiña y prepotencia, para contribuir a matar más semejantes y agredir con más fuerza la maltratada esfera azul.

La comunidad científica, o lo mejor de sus miembros, sufre como en carne propia las epidemias que afectan a varias naciones, algunas de ellas causantes de un elevado número de muertes, como por estos días se conoce del Ebola en África occidental.
Y se esfuerzan al máximo para conseguir vacunas y fármacos que ayuden a prevenir el contagio o a curar a los enfermos.

Otros adelantos de la ciencia se revierten en una posible elevación del bienestar humano, desde un novedoso teléfono móvil hasta un robot que realiza complejas labores industriales, o las investigaciones espaciales y submarinas, todo con fines encomiables.

Sin embargo, algunos disidentes de esa cruzada benéfica del talento y la tecnología, se afana cada día en pos de hallar nuevas aplicaciones a los descubrimientos, pero para construir armas de exterminio.

Bombas inteligentes, proyectiles fabricados con mezclas radiactivas, aviones no tripulados, y aún cepas de mortíferos virus, salen de los costosos laboratorios del ¨primer mundo¨ para convertirse en atractivas ofertas en el mercado de la guerra.

Pobre planeta tierra, que agoniza y ve como esa mágica creación de la naturaleza, el hombre, se suicida sin que hasta hoy, más allá de los reiterados alertas y de los tibios intentos, se avizore una solución salvadora.