Hace pocos días visualicé un video de TikTok donde una mala acción, personificada en una esfera negra, se convertía en una cadena de cientos de estos elementos. Cada uno de los protagonistas, a partir de una actitud fea, transfería ese sentimiento a alguien más como una plaga. Todo terminó cuando alguien pintó el geométrico elemento de color amarillo; reconocido dentro de la colorimetría como símbolo de la felicidad.
Este audiovisual es un reflejo de la realidad actual, y la cubana se acerca peligrosamente a este suceso cotidiano.
En el mundo está extendida la concepción de lo serviciales y atentos que son los cubanos. Esta buena «fama» trasciende las generaciones, y es casi un estereotipo positivo, tanto como que todo cubano sabe bailar bien. Pero en los últimos tiempos, nuestra sociedad experimenta matices negros en esa narrativa.
La vida económica y social ha cambiado mucho; a veces pareciera que hemos perdido muchas cosas en poco tiempo. En honor a la verdad, quizás poco ápice de felicidad quede para quienes enfrentan día a día el trasporte, la obtención de alimentos, la resolución de trámites o las tareas hogareñas, por solo citar algunas de las batallas diarias; esto sin mencionar la situación electroenergética actual que entorpece todos los planes.
Cada una de esas situaciones se van convirtiendo en esferas negras para unos u otros, y algunas de crecen de gran tamaño cuando todo depende de la ley del más fuerte o del que pueda resolver primero.
La aptitud ante la vida se resume muchas veces a su calidad, y si esta última se afecta, todo comienza a mirarse de manera diferente. Sin embargo, se impone la pregunta ¿A dónde vamos a parar entonces?
Qué pasa si cada médico atiende con desdén a sus pacientes; un maestro lleva sus frustraciones constantemente al aula y un obrero no hace bien su trabajo, a pesar de los pocos recursos disponibles. Estos son solo ejemplos que pueden extenderse a cualquier área.
Los modos de pensar se resumen muchas veces a la economía, pero no siempre es la razón. En muchos lugares a pesar de tener los recursos o la posibilidad de una gestión, todo se encarece. Y entonces, la famosa bolita negra empieza a crecer y rodar hacia todos.
En muchos espacios ya no se practica la cortesía, la buena forma al hablar, la educación ambiental y el compañerismo. Y esas no son siempre hijas de la economía, si no de la moral. Lo financiero define, pero no determina en todos los casos.
Afortunadamente no todo está perdido. Existen quienes todavía se resisten a perder su humanidad, aunque padezcan de las mismas necesidades, o incluso en escenarios más encarecidos. En el día a día sobreviven gestos solidarios en espacios públicos y laborales; sin embargo, es cada vez más preocupante que algo habitual se convierta en una excepción.
A dónde irá a parar una sociedad reconocida por su educación en el amplio sentido de la palabra. Vivimos y convivimos en tiempos difíciles, eso está claro. Afrontamos el día a día con heridas frescas: la economía familiar, la emigración, la indisponibilidad de servicios básicos, etc.
No obstante, si las buenas costumbres se pierden por completo, estaremos socavando la sociedad. Las bolitas negras cotidianas seguirán molestando en el zapato quizás por un tiempo, por tanto, tratemos de sumar algunas amarillas a nuestra realidad.