El 10 de octubre de 1868, en el ingenio Demajagua, Carlos Manuel de Céspedes rompió el silencio colonial con un gesto que resonaría para siempre en la historia de Cuba: liberó a sus esclavos y los convocó a la lucha por la independencia. Aquel día comenzó la Guerra de los Diez Años, primera gran contienda por la emancipación cubana.
Demajagua —o La Demajagua, como también se le conoce— era una propiedad de Céspedes, rodeada de una zona montañosa, a unos pocos kilómetros de Manzanillo y cerca de la costa. De allí salió el núcleo fundacional de lo que se convertiría en el Ejército Libertador. Blancos y negros, hacendados y ex esclavos, marcharon juntos a la manigua en busca de la emancipación de su país.
En realidad, el que ocurrió el 10 de octubre de 1868 no fue el primer alzamiento de cubanos contra la metrópoli española. La historia recoge otros intentos armados, como el protagonizado por Joaquín de Agüero y Agüero, quien, tras permanecer oculto de las autoridades hispanas que pretendían arrestarlo por sus labores conspirativas, se levantó en armas en la hacienda San Francisco del Jucaral, en Camagüey, el 4 de julio de 1851. Pero la envergadura, el alcance y las motivaciones político–ideológicas de intentos como el de Agüero —existe un debate en torno a si este fue de carácter anexionista o independentista— dejaron paso a que fuera el alzamiento de octubre de 1868 el que desencadenó, en la práctica, un movimiento de carácter nacional liberador.
Para llegar a los sucesos de aquel amanecer, debió suscitarse previamente la conspiración de varios patriotas, decididos a radicalizarse contra el régimen colonial. Además de Céspedes, figuras como Francisco Vicente Aguilera —reconocido como el más acaudalado de los hacendados de esa región—, Francisco Maceo Osorio —quien ocuparía importantes responsabilidades políticas y militares durante los primeros años de la contienda— y Perucho Figueredo Cisneros —el célebre autor de la letra del himno nacional— tomaron parte en las labores preparatorias de la insurrección en el suroriente cubano. Otras comarcas de la Isla abrigaron también las conspiraciones de prominentes criollos, muchos de los cuales desempeñarían trascendentales roles en el independentismo en los años siguientes.
Se trataba, principalmente, de un segmento de la burguesía nacional, con formación profesional, ideas progresistas y que había comprendido la obsolescencia del aparato español, al cual, para la segunda mitad de la década de 1860, consideraban incompatible con el desarrollo del país al que aspiraban. A esa vanguardia política e intelectual de los momentos iniciales se unieron grupos de inferiores jerarquías en esa sociedad colonial, que irían alcanzando, por demostración de méritos, posiciones destacadas entre los defensores de la independencia.
La guerra iniciada el 10 de octubre no solo fue una confrontación militar de los criollos contra los peninsulares y sus partidarios. Resultó un proceso largo, complejo y, aunque inconcluso, removió los cimientos de la sociedad colonial. Tras una década de duración, no alcanzó sus dos objetivos capitales: la independencia nacional y la abolición total de la esclavitud; pero suscitó transformaciones sociales, económicas e ideológicas.
Al momento de su final, los protagonistas del primer intento sostenido y coherente de independizar la Isla de su metrópoli se encontraban desunidos. No obstante, sin lugar a dudas, la guerra iniciada por Céspedes y sus seguidores contribuyó a la consolidación de una conciencia nacional y entregó al pueblo cubano símbolos, himnos y mártires propios. El 10 de octubre de 1868 Cuba empezó a ser libre. Aquel fuego inaugural encendió para siempre la idea de la Cuba posible.
Por: Ariel Pazos Ortiz / Portal Cubasí.cu