Hay ideas que se nos instalan tan temprano que cuesta distinguir si son nuestras o si simplemente las heredamos sin cuestionarlas. La maternidad, por ejemplo, no suele presentarse como una elección, sino como una expectativa.
Desde niñas, muchas mujeres aprenden que cuidar es parte de su naturaleza, el llamado ¨instinto materno¨, que jugar con muñecas es más que entretenimiento, es entrenamiento. Se nos enseña que ser mujer implica, tarde o temprano, ser madre. Y no cualquier madre, sino una amorosa, sin dudas, como si ese rol fuera lo único que nos valida.
En este marco, el embarazo adolescente deja de ser un accidente y empieza a parecer más una consecuencia. No se trata solo de una cuestión biológica y de salud pública, sino de un síntoma profundo de cómo nuestra sociedad ha construido la feminidad cómo sinónimo de maternidad.
Y no me malentiendan, por supuesto que la maternidad es esa ¨labor sagrada¨ que compartimos como seres vivos, ninguna mujer es menos por dedicarse completamente a ello. El problema yace cuando no es una opción, sino que se impone como una obligación.
Lo más inquietante es que esta construcción comienza mucho antes de la adolescencia. Según la Teoría del aprendizaje de Bandura, el comportamiento se aprende por imitación, y en este caso lo que se imita es la feminidad centrada en el cuidado, en la entrega, en la maternidad como destino.
No es que las adolescentes lo busquen deliberadamente, sino que han sido socializadas a verlo como parte del camino. Cuando el entorno te dice que tu feminidad se mide en función de la capacidad de cuidar, gestar y sostener, ¿cómo no va a parecer lógico que una adolescente vea en la maternidad como forma de afirmarse como mujer?
Pero esta normalización no ocurre en el vacío. En América Latina, cada 20 segundos una adolescente se convierte en madre. No necesariamente porque lo haya decidido de forma propia, sino porque su mismo entorno a moldeado sus deseos, sus aspiraciones, sus posibilidades.
El embarazo adolescente se convierte en una forma de afirmación identitaria, en una vía para ser reconocida como mujer como adulta, como alguien que tiene un lugar en el mundo. Laura Kait lo señala con claridad: ¨la maternidad ofrece sentido de pertenencia, responsabilidad, identidad¨.
Lo que debería alarmarnos no es solo la cifra, sino la naturalidad con la que se asume. Muchas veces estas adolescentes ni siquiera comprenden la responsabilidad que implica ser madre, lo asumen como cuando jugábamos a ¨la casita¨ siendo niñas. Y es aún más alarmante cuando la familia asume que así está cumpliendo con su rol prometido.
En muchos contextos, el embarazo adolescente no se vive como una ruptura, sino como una continuidad. Como si fuera parte del guion, como si no hubiera otra forma de ser mujer. Y eso revela la falla estructural, hemos construido una cultura que valida la feminidad a través de la maternidad, y que ofrece pocas alternativas para quienes no encajen en ese molde.
El informe del UNFPA lo llama ¨una crisis silenciosa¨. Porque mientras los Estados invierten millones en programas de prevención, la carga emocional económica y social la siguen llevando las adolescentes. En cuba, las jóvenes usan menos anticonceptivos que las mujeres adultas. Según el MINSAP, esta situación se debe a una combinación de factores, como las barreras de acceso de los adolescentes a Servicios de Salud Sexual y reproductiva. No es solo la falta de disponibilidad de métodos anticonceptivos, sino también barreras al ejercicio de los derechos sexuales, materia pendiente de muchos.
Ellas, que deberían estar en las aulas, explorando el mundo, construyendo proyectos, descubriéndose así mismas, quedan atrapadas en un círculo de desigualdad que se perpetúa. Y lo más doloroso es que muchas veces lo hacen convencidas de que están cumpliendo con su papel.
La educación sexual integral, el acceso a anticonceptivos, la revisión de políticas públicas, son urgentes. Pero también lo es desmontar el imaginario que vincula la feminidad con la maternidad como carácter obligado. Porque mientas ese vínculo siga intacto, el embarazo adolescente seguirá siendo percibido por muchos como natural, inevitable, incluso deseable. Y no lo es.
Ser mujer no implica únicamente ser madre. La identidad femenina puede construirse desde el arte, la ciencia, el deporte, la política, el placer, el conocimiento. Para que esto ocurra y sea percibido, necesitamos cambiar el relato; mostrar que hay muchas formas de cuidar, de amar, de pertenecer. Que la adultez no llega con un hijo en brazos, sino con la posibilidad de elegir.
Tal vez el primer paso sea dejar de mirar el embarazo adolescente como un problema aislado y empezar a verlo como el reflejo de una sociedad que aún no acepta, ni ha aprendido a mostrarles a sus niñas un futuro más amplio. Uno donde ser mujer no sea una sentencia, sino una posibilidad.