Es agosto, y en una ciudad determinada se reúnen miles de hombres y mujeres de todos los continentes, para una batalla en la cual no hay heridos ni se ocupan territorios, ni el propósito es adquirir petróleo, uranio, cobalto o cualquier otra valiosa materia prima de las que mucho se emplean hoy en la industria, en la medicina y lamentablemente en contaminar el medio y fabricar armas de exterminio masivo.
Es el octavo mes del año, y cierra un cuatrienio de esperanzas gestadas al calor del músculo y la mente, y deportistas de casi todas las naciones se enfrentan en las múltiples disciplinas atléticas, para una hermosa rivalidad que engrandece al ser humano.
Contienda legítima y generosa en que quienes se empeñan en el cuadrilátero del boxeo, el judo, la esgrima, en la cancha de fútbol o las pistas, al concluir la intensa pugna estrechan la diestra sudorosa del contrario vencedor, quizás con lágrimas ante el esquivo podio, pero con la alegría de haberlo intentado.
¿Será alguien capaz de explicar de qué materia están formados estos seres limpios, desinteresados y generosos? Sin dudas de una muy diferente a la de algunos políticos que amparados en la fuerza de los ejércitos, ordenan a otros hombres y mujeres lanzar bombas y arrasar ciudades enteras, incluso las que no pertenecen a un pueblo o etnia, sino que son patrimonio sagrado de la humanidad.
¿Qué fibra de oprobio emplearon los dioses para fabricar a quienes colocan una bomba en un templo, una escuela, un mercado, una sala de fiestas e incluso en un hospital?
Definitivamente no de la misma que surgieron aquellos que con la frente en alto y la sonrisa amplia portan, junto con las banderas de su patria, las insignias de la confraternidad, del respeto y del altruismo.
Amor es la palabra de orden por estos días de agosto, en que se compite no en nombre de mezquinos intereses que persiguen cambiar algunas líneas en los mapas, o rendir culto disoluto a ese dios pagano que se guarda en las cajas fuertes de los bancos, sino en aras del bienestar de la humanidad y de un futuro mejor.
Seres más hermosos de cuerpo y de pensamiento saldrán sin duda de la fibra sin par de esos paladines del deporte, quienes hoy sostienen con valor, vergüenza y lealtad una bandera que ondea de blanco con cinco aros de colores, para mostrar el camino de la paz y de un futuro mejor para la humanidad.