“Pórtese bien”…

 

Cada junio recuerdo a mipa.  Sus enseñanzas superan capítulos de un texto del Buen Papá. Siempre fui el mas consentido, sin desmedir el cariño que tenía por mis dos hermanas mayores.

Cuando en la nueva familia que formé, fueron necesarias dos despedidas en el rumbo a lo incógnito de tierras africanas, el viejo me decía, simplemente, “pórtese bien” con su mano en el hombro, tal si el viaje fuera por cuestiones de trabajo a un lugar cercano o, cuando niño, a la escuela.

El “viejo”,  como un manager del equipo de béisbol, tenía su “librito”. Quizás en tiempos actuales de la informatización tendría que escribir “tutoriales”. Cualquiera de ellos en sus individuales supera a una decena de capítulos de los variados textos.

Es difícil olvidarme de las enseñanzas  del viejo. No soportaba injusticias ni mentiras. La mano está para extenderla, sin sacar cuentas. Parco de palabras, genio de isleño –herencia de mi abuelo mambí– no bordeaba las piedras en el camino: seguía adelante. Si un ciclón “Flora” derribó el viejo y frondoso tamarindo, pues lo cortamos con cuñas de hierro  y me enseñó a  hacer  un horno de carbón, como aquellos de la finca allá entre dos ríos al borde de la Sierra de Cubitas.

 Juan hacia pinitos para estirar el modesto salario de obrero gráfico con el fin de titular a sus hijas como maestra y contadora. Apenas tenía el sexto grado, pero daba clases de mecanografía, su ortografía era impecable, manejaba los domingos el carro del dueño de la imprenta “Pancho Bueno”. Sobre todo, convirtió la casa de la calle San Esteban, de la ciudad de Camagüey, en punto de confluencia, para buenas y malas,  de la familia y de los vecinos.

Yo esquivé sus aspiraciones de convertirme en educador  y, al final, apoyó que fuera periodista aun con su punto de vista de “un oficio de mucho trabajo y poca paga”. Me place, sin embargo, haber sido profesor universitario.

Mucho tiempo compartimos la ausencia involuntaria de mima y la diáspora del núcleo familiar. Por poco dominio  en el fogón, compartíamos en las tardes un almuerzo adicional que traía del comedor de la nueva imprenta en la que era tipógrafo y además atendía a unos aprendices. En la limpieza de la casa éramos más hábiles. La vecina nos hacía los mandados y a una familia le encargábamos el lavado de la ropa. Yo laboraba en el periódico Adelante y estudiaba periodismo por encuentros.

Me regalaba libros. Por él tuve en mis manos la primer texto de la Imprenta Nacional: «El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha», «Los Miserables»…hasta ediciones técnicas sobre artes gráficas.

Juan tenía su librito. Yo tomé notas sobre la laboriosidad, la defensa de la familia, vencer la piedra en el camino… para ser buen papá. Como a él se me hincha el pecho de orgullo al escuchar cuando me dicen  “que buenos han salido tus hijos”. Funciona el tutorial.