Pinturas rupestres de Camagüey

Como manifestaciones de arte del hombre primitivo, con antelación respecto a la primera referencia europea de dibujos similares, se reconocen las pinturas rupestres de las cuevas de la cordillera camagüeyana de Cubitas, en especial las de la llamada María Teresa.

En 1839 se publicó en Memorias de la Real Sociedad Patriótica de La Habana un artículo en que se decía que aquellos trazos eran obra de los antiguos pobladores de la Isla porque no pueden ser otra cosa. Un año después, desde Sevilla la escritora Gertrudis Gómez de Avellaneda le pidió a un pariente suyo algunos datos sobre esas pinturas, los cuales utilizó para ambientar un capítulo de su novela Sab: […] los naturales hacen notar en la llamada cueva de María Teresa, pinturas bizarras designadas con tintes de vivísimos e imborrables colores, que aseguran ser obra de los indios».

Luego dos publicaciones volvieron a patentizar que se trataba de jeroglíficos de los indígenas.

 Las pinturas rupestres de Cubitas son el más completo de los conjuntos arqueológicos con evidencias de culturas agroalfareras en el territorio camagüeyano y numerosas cuevas de esa cordillera sirvieron como sitios ceremoniales.

En ellas hay similitudes en muchos rasgos a los hallados en otras cuevas cubanas; pero en ninguna, como en éstas, su asociación con el material cerámico encontrado en el suelo, ha permitido atribuirlas a un grupo cultural, en este caso con el de los agricultores y ceramistas.

De manera que son las únicas pictografías cubanas calificadas como realizadas por hombres del neolítico antillano pertenecientes a esa cultura. El caso de María Teresa es curioso en particular porque para muchos investigadores las referencias fueron consideradas pura ficción literaria o falsedades, debido a que la cueva estuvo perdida por más de una centuria en las maniguas de la cordillera.

A instancias del espeleólogo y periodista camagüeyano Eduardo Labrada  fue promovida entre numerosos grupos de aficionados la búsqueda de la cueva de María Teresa y en la década del 70 del pasado siglo alumnos de una escuela encontraron una cueva sobre la que informaron que había firmas en sus paredes.

En su obra Cuba: dibujos rupestres, el doctor Antonio Núñez Jiménez destaca que Labrada tuvo la intuición de que pudiera ser la descrita por la Avellaneda, lo que pudo comprobar después.

Luego la cueva ha sido estudiada en profundidad.

 Situada en las faldas meridionales de la Sierra de Cubitas, a 120 metros de altitud sobre el nivel medio del mar, en la llamada Loma del Mirador de Limones. Se trata de una sola y amplía grieta de unos tres metros de altura que desciende con cuarenta grados de inclinación.

 El doctor Núñez Jiménez indica que en la cueva de María Teresa las pictografías precolombinas aparecen frente a la boca principal, en el salón superior.

El mural aborigen tiene un largo de unos diez metros, dividido en dos, el primero aparece pintado en la pared y en un bajante del techo la segunda parte del mural es mayor, aunque en general muchas figuras aparecen entrelazadas, formando como una cenefa.

Es ése detalle el que confirma que se trata de María Teresa. La Avellaneda había escrito que en sus paredes se advierte, a todo lo largo, una cenefa igual a las de algunas de nuestras habitaciones.

En las cuevas de la Sierra de Cubitas existe, igualmente, un numeroso grupo de figuras antropomorfas que, por su representatividad naturalista, fueron evidentemente hechas más para describir que para comunicar.