Fue en el año 1953, justo cuando el apóstol iba a cumplir su centenario, que la figura portentosa del Maestro fue colocada a dos mil metros sobre el nivel del mar. Los nombres de quienes hicieron posible hazaña quedaron empotrados en el pedestal de piedra; entre ellos, reza indiscutible, el de Celia Sánchez Manduley.
Pero no sería ésta la única vez que la mujer desafiante y valerosa, venciera las alturas y los angostos trillos de las montañas. No sólo llevó el busto de Martí por las lomas en sus hombros, engañosamente frágiles, sobre ellos recayó también organizar y preparar condiciones para el desembarco del Granma en la zona oriental.
Celia, anduvo de igual por la cordillera rebelde, ofreciendo sus servicios y convirtiéndose en mujer de confianza para las grandes tareas; con las cumplió cabal y sin descanso, ese que no buscó nunca en su revolucionaria vida.
La heroína de la guerra, la vencedora en las primeras batallas de la transformación, la que escuchaba los pedidos del pueblo, la autora de tantas buenas acciones para el insuficiente espacio de una crónica periodística nació un nueve de mayo del año 1920.
En el pedestal de piedra del apóstol, ese que Celia nos llevó al Turquino, está como escrito también para ella, con nobles letras de bronce, el pensamiento martiano que dice “Escasos como los montes son los hombres, que saben mirar desde ellos y sienten como entrañas de nación y humanidad».
Ascender el Turquino ha sido para los jóvenes cubanos un reto en decenas de generaciones, encontrase allí con el apóstol, de cara al sol, como pidiera en uno de sus versos, es esencia y fin de la hazaña.
Celia que fue como Alma Mater de la Revolución y los revolucionarios cubanos, falleció un once de enero de 1980, hace ya 41 años.