Ernesto Guevara o el desprendimiento absoluto

Intentan abordar estas líneas el total desprendimiento por lo material del legendario comandante de la Sierra Maestra, el ministro sin tachas que ante su confeso desconocimiento de un tema se dedicó por entero al estudio hasta llegar a dominar las interioridades de una esfera tan compleja como la Economía y las Finanzas; el creador del trabajo voluntario y el que predicó con la infalible máxima del ejemplo.

En fin, trataré de volver sobre un tema bien conocido, y es que aquel joven que se acercó a Fidel en México, el mismo que recorrió a lomo de motocicleta una buena parte de la América Nuestra, la sufrida, la pobre y la desprotegida, escribió con letras de fuego su impronta desde el inicio de su incansable cabalgar ¨con la adarga al brazo¨ en defensa de los humildes.

Valiente hasta la temeridad, demostró bien pronto, durante  el triste combate de Alegría de Pío, que su deber de luchador por la libertad  lo llamaba con más fuerza que el ejercicio médico, aunque procuró siempre, aún en medio de las más difíciles condiciones, aliviar el dolor ajeno,, una práctica que ejerció incluso con los soldados enemigos heridos en combate, a quienes dio prioridad incluso por encima de su misma persona.

En  los albores de la triunfante Revolución circulaba entre los cubanos una leyenda, y era que el Che, como cariñosamente lo llamaban todos, había conocido por casualidad de ciertas prerrogativas que se le conferían por su elevado rango.

Cuentan que al enterarse montó en cólera y de inmediato renunció a los posibles beneficios  materiales del cargo y el grado, porque de ningún modo un hombre, fuese cual fuere, podría estar por encima del pueblo.

Lo plasmó en su legendaria carta de despedida, cuando expresó: ¨No dejo a mis hijos ningún bien material…¨

Todo, absolutamente todo lo que de beneficio pudiera haber deseado en la vida, sin lujos ni ostentación: una casa, la comodidad de una cama, el calor de una familia y de un pueblo, lo dejó para marchar a combatir porque ¨otras tierras del mundo reclaman el concurso de mis modestos esfuerzos…¨

Partió para enfrentar el peligro, la inclemencia del frío y  la lluvia, la sed, el hambre y la enfermedad, la incomprensión de algunos malagradecidos y la traición, pero todo valía la pena por el sueño de una América libre y unida.

Se produjo en las  inhóspitas montañas bolivianas la paradoja: un vil asesino ordenó su muerte, y un miserable  esbirro cumplió el mandato, y segó la vida del gigante, que  herido e indefenso (de otra forma nunca hubiera sido hecho prisionero)  jamás claudicó ni renunció a los principios-

-¨Sepa usted que va a matar a un hombre¨… fueron sus palabras antes del metrallazo infame.

Nacía así el símbolo, el semi-dios, el nuevo Cristo de la barba y la cabellera hirsuta, el de la mirada  centelleante, como la estrella en su gorra, aquel que tanto temen todavía los que lo mandaron a matar.

Hoy su ejemplo de revolucionario fiel  hasta las últimas consecuencias con sus ideas, vuela sobre las cumbres del continente, para guiar a los hombres y mujeres de hoy y mañana, porque en cada uno resuena cada vez con más fuerza su hermoso canto de lucha y de victoria.