El Camagüey en plena guerra

El mes de noviembre marca fechas históricas de los camagüeyanos para respaldar el alzamiento de Carlos Manuel de Céspedes el 10 de octubre de 1868.

La noticia de la convocatoria adelantada de Carlos Manuel de Céspedes a la lucha armada contra la metrópoli española el 10 de octubre, en La Demajagua, para evitar la reacción de las fuerzas gubernamentales, sorprendió a los conspiradores camagüeyanos, pues uno de sus líderes, Salvador Cisneros Betancourt, Márquez de Santa Lucía, se encontraba en La Habana, mientras que el joven abogado Ignacio Agramonte estaba en la Villa de Santa María del Puerto del Príncipe, para asegurar los trabajos de la Junta Revolucionaria y en las coordinaciones para el recibimiento de un embarque de fusiles y municiones.

Al amanecer del 11 de octubre, la Villa de Santa María del Puerto del Príncipe era una localidad ocupada militarmente. Algunos historiadores, como la camagüeyana Mary Cruz (1923 – 2013) en su libro «El Mayor», destaca que en el céntrico convento de la Merced se instalan las fuerzas del ejército español y una batería de artillería apuntaba a las calles Mayor y Candelaria, precisamente, situada frente a la casa de los padres de Agramonte. Otras importantes edificaciones también pasaron a ser baluartes del estado de excepción ordenado por el teniente gobernador Julián de Mena.

En las pretensiones de evitar con mano dura la ramificación  de las acciones revolucionarias, la proclama del jefe militar establecía que los sublevados en armas o colaboradores serían juzgados y sometidos a la última pena.

El Márquez de Santa Lucía concluye sus contactos subversivos en La Habana, donde reclama ayuda de emergencia, y emprende el regreso a la villa principeña. En los primeros días de noviembre se multiplican las reuniones conspirativas de los criollos. Conocen el cargamento de fusiles que sería enviado al puerto de Nuevitas, en la costa norte, para reforzar a la tropa española. Deciden asaltar al tren.

El día 4 de noviembre, burlando la extrema vigilancia de los soldados ibéricos, 76 camagüeyanos se reúnen para la lucha armada en el paso del río Saramaguacán conocido como “Las Clavellinas”, a 13 kilómetros de la ciudad. La historiadora camagüeyana Elda Cento Gómez (1952 – 2019) apunta que aquella madrugada la ciudad “parecía una colmena alborotada, por todas las salidas se encontraban diez o doce a menudo con rifles, otros con escopetas, los otros con trabucos, muchos con machetes y otros sin armas de ninguna clase”

Los camagüeyanos volvían  a emprender sus pasos conspirativos contra el poder colonial, inspirados en los sucesos ocurridos en 1851, con el alzamiento de “San Francisco de Jucaral” (Guáimaro)  y, en particular, la decisión inédita del líder Joaquín de Agüero y Agüero de liberar a sus esclavos y la petición de que honrasen su memoria con la unidad y los sacrificios para la libertad de la Patria.

Desde “Las Clavellinas” los revolucionarios se trasladaron al ingenio “El Cercado”, donde juraron la Bandera del triángulo rojo, la estrella solitaria y las franjas azules y blancas. Eligen a Jerónimo Boza Agramonte como jefe superior y se subdividieron en siete grupos.

 Rememoran en Camagüey aniversario 154 del Alzamiento de las Clavellinas 

Al tener noticias de la orden de su detención, Ignacio Agramonte junto a su hermano Enrique y un criado de la familia, arriban el 11 de noviembre al ingenio “Oriente”, cerca del poblado de Sibanicú. Ya estaba, al fin, junto a la exigua tropa insurrecta.

 ¿Estaba el soldado preparado para la lucha? Cualquier afirmación sería especular en temas históricos, pues nunca dijo cuáles eran los objetivos de las lecciones en el manejo de la espada y florete, y el entrenamiento en el gimnasio durante sus años estudiantiles. También hay que tener en cuenta que durante su permanencia en Barcelona, el adolescente había presenciado el quehacer revolucionario (1854 y 56) en una de las ciudades más progresistas de España.

El camagüeyano había apreciado los ideales republicanos de un pueblo –subraya Mary Cruz-en que “los intereses de los ricos y los pobres eran idénticos, siempre que pelearan del mismo bando”

Muy pronto Ignacio demostró sus dotes de dirigente revolucionario, cuando en una reunión en el Paradero de Minas, el 26 de noviembre de 1868, enfrenta a las propuestas indecorosas de los hermanos Napoleón y Augusto Arango, sumisos a la metrópoli española. Célebre es la réplica: “Basta ya los cabildeos…Cuba no tiene más camino que conquistar su redención, arrancándosela a España por la fuerza de las armas”.

Antes de concluir el mes de noviembre, el contingente de 150 patriotas, carentes de conocimientos militares y mal armados, recibe el bautismo de fuego en la emboscada a un tren que se dirigía a Nuevitas, con 800 soldados españoles y `piezas de artillería comandados por el Conde de Valmaseda, en Ceja de Bonilla, Minas. La táctica de guerrillas empleada en la primera acción armada tuvo su éxito a pesar de la falta de municiones, pues el enemigo dejó el tren abandonado y se retiró por el camino de San Miguel.

Con esta victoria, las fuerzas insurrectas  del Camagüey entraron de lleno en la  “Guerra de los Diez Años”.