1960, Fidel conquista Nueva York (+ FOTOS Y VIDEO)

Era una nublada mañana de domingo aquella del 17 de septiembre de 1960, cuando Fidel y la delegación cubana al 14º período de sesiones de la Asamblea General de Naciones Unidas (ONU) desembarcaron en el aeropuerto de Idlewild (hoy John F. Kennedy). Un aparatoso despliegue policial se extendía por la pista e instalaciones aledañas –algunos medios hablaron de más de 500 uniformados–, mientras que una muchedumbre de latinoamericanos residentes en la ciudad y estados colindantes, tras soportar estoicamente una pertinaz llovizna durante cinco horas en espera de la aeronave, ovacionaban al Héroe de la Sierra Maestra y a sus acompañantes.

El vehículo que trasladó a la comitiva caribeña hacia el hotel Shelbourne, en Lexington y 37, estuvo escoltado por unos 100 automóviles, 25 ómnibus y varios camiones, que transportaban a simpatizantes de la Revolución Cubana. Los alrededores de la edificación turística estaban tomados desde la mañana por un nutrido contingente de policías locales, quienes impedían llegar a la entrada del inmueble a una multitud de neoyorquinos convocados allí para darles la bienvenida a los representantes de la Isla. Entretanto un grupito de elementos contrarrevolucionarios sí gozaban de libre circulación y protección de guardias a caballo para proferir sus amenazas e improperios.

El incidente del Shelbourne

Al día siguiente, la gerencia del hotel habló con Raúl Roa Kourí, hijo del Canciller de la Dignidad y miembro de la misión de Cuba en la ONU: “Míster Roa, estoy muy preocupado por los piquetes; es posible que haya violencia, que tiren piedras, que dañen nuestra propiedad. Necesitamos un depósito de 20 000 dólares por si algo sucede”. Fidel estalló indignado al recibir el mensaje: “¡Son unos bandidos! ¡La ONU no debería estar en una ciudad donde no se respeta a las delegaciones que vienen a sus reuniones, donde no puede uno alojarse sin que traten de extorsionarlo!”.

Sin dejar de dar grandes zancadas de un lado a otro de la habitación, se dirigió al menor de los Roa: “Raulito, dile a ese individuo que no aceptamos su exigencia, que es un bandido, ¡un bandido! ¡Y que nos vamos del hotel!”. Mientras el aludido cumplía sus instrucciones, ordenó a Núñez Jiménez la compra de tiendas de campaña para una posible acampada cerca de Naciones Unidas y pidió a Manuel Bisbé, representante del Gobierno Revolucionario en ese organismo, que solicitara al Secretario General de este, Dag Hammarskjöld, una entrevista urgente.

 El Theresa, en la época en que la delegación cubana residió allí. (Foto: cubaperiodista.cu)

Cuando ayudaba a su padre a recoger el equipaje, Roa Kourí recordó que el líder afronorteamericano Malcolm X había propuesto alojar a la delegación cubana en el hotel Theresa. El Canciller soltó una de sus malas palabras favoritas: “Coño, ¿cómo no lo dijiste antes?… Bueno, ahora ya nos vamos de aquí. Díselo a Fidel”. El Comandante en Jefe se entusiasmó con la idea: “¿En el Harlem?… ¿Estás seguro de poder obtenerlo?”. Ante una respuesta afirmativa lo envió a hablar con el dirigente de los musulmanes negros. Y junto al resto de la comitiva, llevando las tiendas de campaña ya adquiridas por Núñez, abandonaron el Shelbourne. El Secretario General de la ONU los recibió poco después de las siete de la noche.

Hammarskjöld apeló a toda su retórica diplomática en su conversación con el Primer Ministro cubano. En un momento del diálogo, el canciller Roa García recibió la comunicación telefónica de su hijo: “Tenemos dos pisos. Pueden venir”. Fidel le anunció al funcionario sueco que le había sido brindado un hotel en el barrio de Harlem, y que estaba dispuesto a alojarse en dicho establecimiento, por lo que exigía garantías en ese lugar.

Pasada la medianoche, nuestros compatriotas llegaron al Theresa, en cuyos alrededores les aguardaba una concentración de estadounidenses, la mayoría afrodescendientes y latinos, que la vitorearon y ovacionaron. Ya en el vestíbulo del inmueble, tras efusivamente estrechar las manos a la gerencia y los empleados que acudieron a recibirlo, Fidel abrazó al periodista Bob Taber, cuyo reportaje televisivo al Ejército Rebelde en plena insurrección es aún hoy un clásico en su género. Ante los gritos de la multitud, que no dejaba de corear su nombre a pesar de lo avanzado de la hora, la saludó desde la ventana de su habitación.

Desde el mediodía siguiente el modesto hotel fue visitado por importantes personalidades, como el primer ministro de la URSS, Nikita S. Jruschov, y los estadistas Jawaharlal Nehru (India), Gamal Abdel Nasser (Egipto), Kwame N’Krumah (Ghana) y Ahmed Sekou Touré (Guinea). Como no existía en el inmueble una sala de conferencias, hubo que habilitar un cuarto para esas entrevistas.

El 22 de septiembre la delegación cubana fue excluida de un banquete que ofreció el presidente yanqui Eisenhower a los representantes de los países latinoamericanos. Rápidamente los periodistas que cubrían el foro asediaron a Fidel con preguntas al respecto, a lo que simplemente respondió: “Me parece bien y lo que deseo es que los que asistan a él tengan buen apetito. Yo almorzaré en el barrio de Harlem, con los humildes. Yo pertenezco al pueblo humilde”.

Por la noche el Comité Cubano Norteamericano y otras organizaciones de simpatizantes con la causa de la Isla le ofrecieron un cálido homenaje al Primer Ministro cubano. Este expresó que su estancia en Harlem le hacía sentirse “como quien camina en un desierto y se encuentra, de repente, en un oasis […] Una de las cosas más difíciles para nosotros es que siempre tenemos que explicar la diferencia entre el pueblo y aquellos que son responsables de actos de los que no se puede culpar al pueblo […] cualesquiera que sean las dificultades, siempre habrá amor para el pueblo de los Estados Unidos”.

Trascendental intervención
Fidel discurso en la ONU septiembre 1960

 En la Asamblea General de la ONU, durante su intervención. (Foto: AP)

Faltaban tres minutos para las tres de la tarde del 26 de septiembre de 1960 cuando Fidel inició su discurso en la ONU: “Algunos pensarán que estamos muy disgustados por el trato que ha recibido la delegación cubana. No es así. Nosotros comprendemos perfectamente el porqué de las cosas. Por eso no estamos irritados ni nadie debe preocuparse de que Cuba pueda dejar de poner también su granito de arena en el esfuerzo para que el mundo se entienda. Eso sí, nosotros vamos a hablar claro”.

Abordó el tema de las nacionalizaciones de tierras a geófagos nacionales y foráneos, blanco de las campañas mediáticas de mentiras y difamaciones: “Sin reforma agraria, nuestro país no habría podido dar el primer paso hacia el desarrollo. Y, efectivamente, dimos ese paso: hicimos una reforma agraria. ¿Era radical? Era una reforma agraria radical. ¿Era muy radical? No era una reforma agraria muy radical. Hicimos una reforma agraria ajustada a las necesidades de nuestro desarrollo, ajustada a nuestras posibilidades de desarrollo agrícola”.

Desmintió las falacias sobre las indemnizaciones, pues Cuba no se negaba a asumirlas, pero le era imposible hacerlo como exigía Washington: inmediatamente y en efectivo. El líder cubano preguntó a los presentes si alguien en su sano juicio concebía que un país pobre, subdesarrollado, con 600 000 desempleados, con un índice tan alto de analfabetos, de enfermos, cuyas reservas en divisas habían sido saqueadas por la tiranía derrocada, podía tener con qué pagar en esas condiciones.

No solo los problemas de Cuba centraron su disertación. Abogó por que la República Popular China ocupara el puesto que le correspondía en la ONU y no el régimen fantoche de Taiwán, el cual no representaba a ese pueblo hermano. Condenó la guerra colonial de Francia contra los argelinos y la intervención imperialista en el Congo. Apoyó los legítimos derechos de los panameños sobre el canal que atraviesa su país, en manos de Estados Unidos.

En otro momento de su intervención declaró: “Para qué darle más vuelta a la cuestión. Este es el quid de la cosa, incluso, el quid de la paz y de la guerra, el quid de la carrera armamentista o del desarme. Las guerras, desde el principio de la humanidad, han surgido, fundamentalmente, por una razón: el deseo de unos de despojar a otros de sus riquezas. ¡Desaparezca la filosofía del despojo, y habrá desaparecido la filosofía de la guerra! ¡Desaparezcan las colonias, desaparezca la explotación de los países por los monopolios, y entonces la humanidad habrá alcanzado una verdadera etapa de progreso!”.

Al terminar el estadista cubano, varios jefes de Estado y de Gobierno acudieron a felicitarlo en la propia sala. Copias del discurso en cinco idiomas, puestas a disposición de las delegaciones en la sede del organismo, se agotaron en poco tiempo. La prensa internacional le brindó amplia cobertura y sus frases acapararon titulares. Resumiendo, tal vez, el sentir de todos, el mandatario soviético Nikita Jruschov confesó ante los periodistas: “Yo no sé si Fidel es comunista, yo sí soy fidelista”.