Fidel, ese hombre excepcional

Me gusta repetir una vieja sentencia popular: ¨un frijol no hace un potaje¨ y se refiere a que por importantes que sean las personas en su individualidad, son los pueblos, los grupos o las comunidades quienes alcanzan los objetivos que sirven para mejorar la vida.

Sin embargo, hay singularidades que aportan tanto a la causa, conducen a los demás por los intrincados derroteros de la vida y de las aspiraciones comunes, les dan ánimos, y con su sabiduría y su ejemplo logran, a partir del concurso de todos o casi todos, llevar a puerto seguro la nave de la sociedad.

No importan los escollos, esas personalidades selectas no se amilanan, y aunque no arremeten con los ojos cerrados contra los muros de piedra, sí buscan la manera de derribarlos, con coraje, prudencia y perseverancia.

De esa manera, y si analizamos el caso cubano, resulta imposible negar el papel de aquel joven abogado que supo, en primer lugar descubrir los grandes males que agobiaban a su país, pero sobre todo, encontró y puso en práctica con arrojo sin par la fórmula para erradicarlos.

Estoy más que seguro de que los habitantes de esta isla, en los finales de los años 50 del pasado siglo, o quizás algo más tarde, hubiesen derrocado al dictador Fulgencio Batista, dada la insostenible situación que imperaba en la patria de Martí.

Fueron muchos los hombres y mujeres, mayoritariamente jóvenes, que enfrentaron al tirano y plantaron cara a los esbirros que los atropellaban bajo el imperio de la fuerza y amparados en un gobierno que ignoraba olímpicamente los derechos de pobres y negros, mientras saqueaba a puñados los fondos públicos y amañaba un proceso electoral tras otro.

A un plazo imposible de predecir, las masas oprimidas, desde la propia impotencia hallarían fuerzas para romper los cauces de la indolencia y la tolerancia y expulsar del poder a corruptos y asesinos, así de insostenible era la situación.

Y hubo líderes de mayor o menor estatura, muchos de los cuales regaron con su sangre campos y calles de la Cuba de ayer, sufrida y bajo el escarnio continuo de sucesivos desgobiernos, a partir del establecimiento de un espantajo con barniz de república.

Pero fue Fidel el que supo encauzar las turbulentas aguas de su época, descubrir dónde estaba el punto débil del enemigo y cuáles eran las fortalezas de su pueblo, puestas en tensión cuando decidió, con un pequeño grupo de hombres, asaltar la segunda fortaleza del país.

Sin discusión alguna, un plan muy bien concebido, frustrado por los azares de la vida, esos imprevistos que son realmente imposibles de calcular, y que terminó con un baño de sangre joven y con una demostración de la saña de los verdugos que asesinaron sin titubear a los atacantes heridos y prisioneros.

Vinieron los años duros de la prisión y luego el exilio, y en todo momento, el optimismo, la voluntad y la fe en la victoria guiaron las ideas y la acción de Fidel y sus compañeros. ¨Si salgo llego, si llego triunfo¨ era la frase enarbolada por el visionario joven.

Llegó el desembarco de los expedicionarios del Granma, y de nuevo el azar los llevó a errar el sitio de arribo y enfrentar los rigores de la dura marcha entre el fango y el mangle, acosados por barcos y aviones de la tiranía.

Sin reponerse de las penurias y una vez en tierra, débiles, agotados y enfermos, fueron sorprendidos por fuerzas muy superiores en hombres y armas, en un terreno totalmente inapropiado para la mínima defensa.

Se dispersan bajo las balas y sucede, días después, el reencuentro con apenas una docena de combatientes y siete fusiles.

¨Ahora sí ganamos la guerra¨ –exclamó el líder de la Revolución naciente, para sorpresa de todos sus seguidores, quienes sintieron exaltarse su ánimo y recuperadas como por arte de magia las energías, se lanzaron de nuevo a las montañas, a pelear por la libertad.

Así hasta hoy, en cada paso dado por esta sociedad que escogió hace más de medio siglo su propia senda, ha estado la guía del invicto comandante, cuyas ideas aún iluminan, aconsejan, proponen y se adelantan en un tiempo no solo nuestro, sino de la América Toda.

Por eso, hay casos en que no valen ni consejas ni refranes de la abuela, porque a veces, uno puede por todos.