Europa cierra la puerta en las narices del dolor

Desde tiempos inmemoriales existió la migración; unos se trasladaban hacia lugares más cálidos, otros buscaban mejores territorios de caza, aquellos intentaban acercarse a las fuentes de agua potable, estos marchaban hacia la costa, para vivir de la pesca, en fin, movimientos de grupos humanos perfectamente naturales, que seguían el simple fluir de la vida.

Pero hay otros tránsitos que resultan dolorosos en extremo y son los que pretenden realizar personas, a veces poblaciones enteras, que huyen de uno de los flagelos que amenazan a la humanidad: las guerras.

Y esa palabra trae todo un mundo de horror asociado al uso indiscriminado de armas más o menos letales, durante  los combates en que unos soldados disparan a otros, también armados, y los cañones lanzan su carga sobre las trincheras.

A ello hay que añadirle forzosamente el daño sobre los civiles que habitan las zonas en conflicto, esos que sin beberla ni comerla se ven inmersos de buenas a primeras en el fuego cruzado de los bandos en pugna, y padecen limitaciones extremas y la desaparición de sus viviendas y lugares de trabajo.

¿Quiénes pierden más? No los combatientes, sino los niños, las mujeres y los ancianos, que despavoridos, atinan solo a abrir desmesuradamente los ojos, a gritar enloquecidos y a clamar, inútilmente la mayoría de las veces por un poco de ayuda, esa que prometen algunos organismos internacionales y que llega a cuentagotas… si llega.

Se hacen acompañar las guerras por el hambre, las enfermedades, la toma de rehenes y aún como hacen algunos grupos terroristas asociados al Estado Islámico, la captura de niñas y jovencitas para someterlas a todo tipo de abusos, en calidad de esclavas.

¿Qué hacer? Sencillamente huir, y a ese instinto tan natural y lógico,  tratan de poner  freno las civilizaciones cultas y desarrolladas de la vieja Europa, la misma que olvida los crímenes de que fueron testigo sus naciones durante la Segunda Guerra Mundial, y mira hacia otro lado, como si con ello pudiera ignorar la dura realidad que protagonizan  miles de personas, muchas de las cuales mueren ahogadas en el intento.

Las palabras más exactas para definir la situación, aunque estén impregnadas de amargura y desaliento, las expresó el escritor griego Petros  Markaris, quien dijo a la agencia Europa Press: ¨Europa siempre ha sido así ante los refugiados, no me sorprende lo que ahora sucede; los inmigrantes son ajenos¨.