Carlos Juan Finlay a 133 años de una verdadera hazaña

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Uno de los acontecimientos más trascendentales en la historia de la ciencia cubana, inscrito para la posteridad el 14 de agosto de 1881, resultó el descubrimiento de la transmisión de las enfermedades infecciosas por insectos chupadores.

Expuesta en esa fecha por el médico Carlos J. Finlay en la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, tal revelación marcó un antes y un después en las investigaciones sobre el agente trasmisor de la fiebre amarilla.

Aunque, para desdicha del propio descubridor y de la ciencia mundial, el mérito se intentó atribuir al galeno norteamericano Walter Reed y a la Comisión Militar Americana a su cargo, que operó en Cuba durante el primer gobierno interventor estadounidense.

No fue sino hasta la aprobación unánime de la moción presentada por la delegación cubana al X Congreso Internacional de Historia de la Medicina, en 1935 en Madrid, España, cuando se reconoció que Finlay resultó el primero en implantar científicamente el principio transmisible de esa enfermedad por el mosquito Aedes aegypti.

En ese encuentro se estableció, además, que el experto de la Isla fue el iniciador del establecimiento de las medidas higiénicas para la prevención de la fiebre amarilla, y aclaró el extraordinario rol desempeñado por su doctrina en el saneamiento del área del Canal de Panamá durante su construcción a finales del siglo XIX.

El gran aporte de su genio a la medicina internacional le permitió descubrir la forma de propagación y control del mal, cuestión que constituía el más terrible azote epidemiológico de su época en la mayor de las Antillas.

A 133 años de aquel relevante suceso, Cuba exhibe hoy logros indiscutibles en materia de control y eliminación de vectores, y ya esta dolencia no significa una preocupación para la medicina nacional.

Sin embargo, el sistema de salud cubano destina cuantiosos recursos para mantener a raya, e impedir que caiga con fuerza sobre la población, el Aedes aegypti, transmisor del dengue.

Para evitar su proliferación, el Estado dispone asimismo de un sistema de prevención y control, capaz de enfrentar ese flagelo y mantener una estrecha vigilancia en comunidades, barrios, aeropuertos, puertos y otros lugares que constituyen riesgo.

La isla cuenta a su vez con centros de investigación e instalaciones hospitalarias y médicos y científicos que dedican sus máximos esfuerzos a diagnosticar y atender los pocos casos (importados), que se puedan reportar con ese mal.

Si bien pudiera perecer lejana la fecha del importante descubrimiento del doctor Carlos Juan Finlay, hoy más que nunca es necesario rememorar estuan acontecimiento, cuando tal azote cobra la vida de miles de personas en países pobres, donde no existe un digno sistema sanitario para su erradicación. (Por Iris Armas Padrino, AIN)