Ha ocurrido innumerables veces… una descarga eléctrica puede causar un incendio, también es cierto que una mínima chispa que brote del frotamiento de dos ramas secas basta para desencadenar un fuego, pero la Amazonía arde sin control en proporciones nunca vistas un año tras otro y no es obra del azar.
Mientras, unos pocos prestan atención al desastre y tratan de mover voluntades y recursos para salvar esa maravilla de la naturaleza, pulmón del planeta y hábitat de incontables especies de la flora y la fauna, además de constituir la base de la propia existencia para algunas tribus aborígenes.
Otros, que podrían actuar, desgraciadamente se encogen de hombros, abren los brazos como alegando impotencia y miran hacia otro lado, como si buscasen algo perdido, que muy bien podría ser su vergüenza, o su condición humana.
Y son los propios bípedos auto titulados “pensantes “quienes causan los infiernos que devoran miles de hectáreas de suelos beneficiados por el régimen de lluvias, las temperaturas y los vientos, según algunos, pero de acuerdo con el criterio de otros, constituyen una inmensa superficie tocada por la mano de ‘dios para beneficio de su más acabada creación: el hombre.
Grandes empresas madereras, mineras, agrícolas o ganaderas hacen desaparecer año tras año enormes pedazos de ese inapreciable tesoro verde, sin que gobiernos como el de Yair Bolsonaro, el mediocre imitador de Donald Trump (¿o de Adolfo Hitler?) hagan algo al respecto, como no sea beneficiar más a los ricos y acorralar un poco más a los millones de pobres hambreados, enfermos de desnutrición o parasitismo, y sin un mísero techo bajo el cual cobijar su desesperanza.
Razonamientos más o menos acertados, argumentos más o menos convincentes, pudieran echar a andar algunas conciencias y generar determinadas acciones, pero la dura realidad es que la Amazonía agoniza, y debemos atender su llamada de auxilio… la propia vida del planeta está en juego.
(FUENTE: BBC)
