Minas y fango hasta el Día de los Enamorados

:En la localidad de Catofe –donde en diciembre de 1975 ocurrió tal vez el más grande revés de la guerra– se reorganizaban a finales de enero las fuerzas desembarcadas en Luanda del regimiento de infantería motorizada (RIM), integrado por voluntarios  militares y reservistas. Un grupo de avanzada había acondicionado un puesto de mando en la edificación con cuartos y cafetería a la orilla de la carretera.

No  quedan en pie muchos locales en este pequeño pueblo. Junto a otro compañero lo habíamos recorrido, con extrema atención a posibles minas. En resumen, tenemos el croquis del lugar, un manual de jefe de compañía sudafricana con mucha información útil,  y la caja de latas de carne rusa que pescamos con un improvisado gancho y cable telefónico, para evitar los explosivos “cazabobos”. De todas estas cosas, mis compañeros dan bienvenida a la latería ante la ausencia de logística.

Recuerdo  ese día el almuerzo compartido con un viejo miliciano angolano de ropa color indefinido que monta guardia, sentado sobre los escombros de una casa y su fusil de cañón largo de procedencia desconocida,  pero rebautizado por alguien como una “espingarda” y se le quedó el nombre para los armamentos similares.

En la tarde del 28 recibo a un extraño enviado: Aníbal, oficial de la UNITA, blanco hijo de portugueses, capturado en una emboscada cubana y quiere colaborar. Curiosa leyenda de un hombre que había servido en el ejército colonial y decía ser profesor. No todo se podía comprobar de inmediato, así que entre la jerigonza de “portuñol” y frases en  inglés, para comprobar nivel cultural, nos damos  a la tarea de dibujar un croquis de las casas de seguridad del “chefe” en la ciudad de Silva Porto (Kuito), objetivo inmediato del RIM Frente Sur. Finalmente, queda a la custodia de los exploradores y será el guía en la zona.

El dos de febrero me incorporo a una columna motorizada con dirección hacia el lugar conocido como Calucinga. La marcha se detiene, bruscamente, pues  el cuarto o quinto camión tropieza con una mina y vuela por el aire. Hay dos muertos y una veintena de heridos que son evacuados en un helicóptero. Ordenan no bajar de los vehículos ya que el área está minada.

A duras penas encuentro mi mochila. La frazada me protege de la noche fría  en medio de una especie de llanura pelada, compartida con el hermano de Lucilo, un colega del periódico ADELANTE, que montó a última hora en el barco. No tiene ni chapilla de identificación, poco a poco debe completar su equipo. Recuerdo a los marineros y estibadores que se sumaron a los camiones “por la libre” en el puerto de Luanda, aun cuando el contramaestre de la motonave XX Aniversario carajeaba en la escalerilla “Caballeros que hay  que regresar a buscar más gente”.

 En Calucinga me reúno con el grupo de exploración en una casa que muestra huellas de la rapidez de los acontecimientos, pues en la cocina hay una olla de frijoles quemados y la mesa estaba puesta. Hay música ambiente de la artillería. Seguimos avanzando por saltos: Un par de días  y reiniciamos la marcha,  mientras se hostiga a fuerzas de la UNITA. El saldo son decenas de enemigos prisioneros y centenares de armas de todo calibre y nacionalidades. Provoca espanto el rosario de horrores que sufren los civiles no simpatizantes de Jonás Savimbi.

La lluvia es un enemigo más y los terraplenes se convierten en pantanos. Durante varios días, luego de cumplir una misión en la retaguardia, empapados y enfangados, tratamos de reincorporarnos  al estado mayor de  la columna. Avanzamos a bordo de una camioneta blanca, con un letrero UNITA que tapamos con fango. Nos las arreglamos con alimentos enlatados que nos dieron los compañeros de retaguardia y algunas frutas. Solo hay agua para beber. No tenemos el tiempo necesario para cocinar un cerdo que encontramos amarrado en el camino y alimentamos con trozos de mandioca (yuca).

Cerca de Silva Porto no queda vestigio de camino y observamos como potentes equipos de estera sacan del fango a los cañones de largo alcance. Los proyectiles se trasladan en motos con sidecar. Intentamos atravesar un potrero, balizado en las zonas altas por los angolanos y cubanos. Las ruedas de la camioneta, sin embargo, nos obsequia fango en varios lugares.  Al fin, subimos el vehículo a la línea ferroviaria que conduce a Silva Porto, las ruedas del lado izquierdo sobre las traviesas y las de la derecha en el terraplén. Brincos y brincos. En la parte trasera todo golpea: la gente, grandes cajas de los equipos de radio, cascos, mochilas, más cajas y una pila de tarecos que merecían ser tirados por las barandas…

Luego de doce días desde la partida, irrumpimos en la ciudad de edificios modernos pero desiertos, con el alumbrado público encendido. En una avenida nos topamos con la columna de los  FAPLA. Conocemos que somos los primeros cubanos aquí. Al parecer tomamos un atajo. Definitivamente, arribamos al puesto de mando.  Cuando nos alojamos en la vivienda asignada, alguien recuerda que es el 14 de febrero, Día de los Enamorados, y se suelta el “gorrión”. Todos los pensamientos son para aquellas que dejamos en el verde caimán. Festejamos muchos motivos, pasada la media noche, a base de cerdo asado.