La ciudad

Todos dicen que su novia es la más hermosa, pero los que nacimos o nos criamos, e incluso, quienes llegaron un poco tarde pero viven la cotidianeidad entre el Tínima y el Hatibonico no admitimos dudas de ninguna especie cuando afirmamos que la de nosotros, la que ahora cumple medio milenio y cinco años más, es la más bella.

De la originalidad de su trazado, del caprichoso laberinto de sus callejones, de sus puentes, sus portales, sus plazas y plazoletas, de sus iglesias pueden dar fe los voluminosos expedientes que atesoró la UNESCO para declarar al Centro Histórico como Patrimonio de la Humanidad.

De la conservación del entorno citadino, mucho podemos hablar sus hijos, para quienes  cada esquina,  patio colonial, verja  o  fachada de reconocidos estilos arquitectónicos, encierra un mundo de recuerdos.

Pero no se conforman los camagüeyanos con su historia y permanecen siempre entregados a la obra constructiva entre  enero y  diciembre, o más bien, entre un febrero y el otro, para repetir la grata tarea de rejuvenecer el rostro de la villa de Santa María, una labor que nos enriquece como seres humanos.

Y se suman siempre para recibir el segundo mes del año acciones creadoras, en importantes proyectos muchos de los cuales ya se materializan, como este agro mercado, el recinto ferial o la antigua estación ferroviaria, por solo citar algunos ejemplos.

Es bella mi ciudad, y crece desde sí misma, siempre para ofrecer un rostro agradable a propios y ajenos, para brindar a quienes lo deseen, que son muchos, el inigualable encanto de andar sobre adoquines, charlar en las cinco esquinas,  o beber de  esas enormes vasijas de barro que guardan un liquido de inexplicable frescura,  pero al mismo tiempo te advierten, con la leyenda:

¨Si bebes  de mi agua, te quedas en Camagüey¨.

Aunque la vida ha demostrado que no es por el agua que se quedan, sino por la hospitalidad de su gente, orgullosa como pocas de esta hermosa señora que cumple 505 años muy bien llevados, por cierto.