CRÓNICA DE UNA COLA ANUNCIADA

Pese a la reiterada exhortación de las autoridades a los camagüeyanos a mantener un comportamiento responsable y cumplir las medidas de prevención sanitaria orientadas en la segunda fase de la etapa de recuperación pos Covid-19, la realidad que constatamos a diario dista mucho de corresponderse con ese llamado.

La favorable recuperación que muestran la mayoría de los territorios del país, como resultado del eficaz enfrentamiento a esta enfermedad que ha puesto al mundo patas arriba, no puede hacernos pensar que todo está resuelto.

La tendencia creciente del número de asintomáticos entre los casos confirmados con el SARS-CoV-2, debiera bastar para mantenernos en permanente alerta, pues las estadísticas demuestran cada día que todos seguimos teniendo el mismo riesgo potencial de adquirir la enfermedad.

Pero, la mayoría, se empeña en hacer oídos sordos a los reclamos a la cordura. Con preocupación constatamos, al transitar cualquier calle comercial de la capital agramontina, el crecido número de personas estacionadas en segmentos de la vía en interminables “colas”; cada vez más desorganizadas y ruidosas, lo que se aviene de maravillas al propósito de lucro de un grupo de individuos que medran a costa de las necesidades de la población.

La imagen puede contener: una o varias personas, personas caminando, multitud y exteriorEse “río revuelto” se ha convertido en una calamidad peor que el nuevo coronavirus. Solo hay que ser un poco observador para darse cuenta de que los “dueños de la cola” de hoy, son los mismos que ayer estuvieron en la tienda de al lado, y que por supuesto, coparán mañana las de la acera de enfrente; mientras que –los menos “afortunados”—tienen muy pocas o ninguna probabilidad de acceder a productos de primera necesidad.

Cada día, en las inmediaciones de los establecimientos comerciales, donde todavía no han bajado la mercancía y ya los coleros saben qué artículos van a traer y en qué cantidad, esos individuos controlan los primeros 20 o 30 turnos, deciden quienes acceden a los puestos consecutivos posteriores, y se encaran de mala manera con aquellos que osen exigir orden y disciplina.

El repudiable “modus operandi” de esa claque, cuya ilegalidad crece a ojos vistas, llega ya a segmentar las áreas comerciales en las que operan según su zona de residencia, de manera tal que no se interfiera en los manejos de otros compinches de la misma ralea diseminados por el resto de la ciudad.

Fuera de las tiendas están a la venta no solo los primeros turnos monopolizados por los “coleros y coleras”, sino también los puestos preferentes que una sociedad humana y noble como la nuestra otorga a los discapacitados para facilitar su vida, beneficio que muchos de ellos venden al mejor postor sin ruborizarse.

En las propias calles, en las redes sociales, y en sitios digitales como el Portal del Ciudadano y de otros organismos, la población denuncia sistemáticamente ese trasiego en las colas, además de la reventa de las mercancías a precios de infarto y en la vía pública.

Lo he presenciado en plena calle República, después de las 6:00 de la tarde, horario en el que no se ve por ninguna parte a algún representante del orden interior, o de organismos o entidades facultadas para actuar contra esas prácticas ilegales y ostentosamente públicas.

Coincido con quienes aseguran que seremos capaces de ganarle la pelea a la Covid-19 en nuestro país, igual que hemos vencido otras muchas batallas; pero me niego a aceptar que la plaga de los “coleros” no tenga también la pócima que necesita.

Las leyes son explícitas y solo hay que hacerlas cumplir.

(Foto de la autora/ caricatura Martirena, tomada de Internet)