«Su luz era así… » (+ VIDEO E INFOGRAFÍA)

En más de una treintena de artículos y discursos José Martí se refirió a Ignacio Agramonte Loynaz. Entre las múltiples apreciaciones conceptuales escribió: « Su luz era así, como la que dan los astros» al describir la personalidad de uno de los principales jefes mambises de la Guerra de los Diez Años (1868 – 1878)  contra la España colonial que gobernaba a Cuba con brazo de hierro ensangrentado.

Cierto es que el adolescente Martí, que residía en La Habana por esos años, no pudo tener vivencias personales acerca del patriota que alcanzó en las sabanas de Camagüey, en la región oriental de la Isla, los grados de Mayor General. Sin embargo– apunta el destacado periodista Ciro Bianchi–, la pluma martiana siguió paso a paso las huellas del héroe.

«Por su modestia parecía orgulloso; la frente, en que el cabello negro encajaba como en un casco, era de seda, blanca y tersa, como para que la besase la gloria; oía más que hablaba, aunque tenía la única elocuencia estimable, que es la que arranca de la limpieza del corazón; se sonrojaba cuando le ponderaban su mérito; se le humedecían los ojos cuando pensaba en el heroísmo, o cuando sabía de una desventura; o cuando el amor le besaba la mano…»

Uno de los compatriotas que apreció las primeras “luces” del genio militar de Agramonte fue Salvador Cisneros Betancourt en el combate de Bonilla, en Minas, el 26 de noviembre de  l868. Apenas dos semanas en el campo insurrecto se suma a una emboscada a las tropas españolas comandadas por el Conde de Valmaseda.

La acción transcurre desde las diez y media de la mañana hasta las tres de la tarde, cuando el enemigo «abandona el campo dejando más de 70 cadáveres insepultos y el tren con su máquina…»

Aclara Cisneros que el bisoño guerrero se portó muy valiente, rechazando en un principio a más de media docena de soldados que intentaban llegar hasta él. Incluso rescata a su primo Eduardo herido en un muslo. Agramonte vestía una camisa roja listada de negro «la que hubo de desechar por la insistencia del enemigo en el envío de sus balas al jefe que la llevaba y que por fortuna en aquella ocasión no lo alcanzaron».

A los 27 años de edad, este abogado de fuertes ideales independentistas dejó a un lado la desahogada vida de una familia pudiente para colocarse al lado  de los hombres y mujeres que emprendieron la marcha por el  tortuoso camino en la formación de la nacionalidad cubana.

Era alto, delgado. Su voz clara y firme, modelada según el efecto del discurso. Según descripción de Manuel Sanguily «era un hombre de aventajada estatura y aspecto muy distinguido y airoso. De finísimo cutis; nariz aguileña y fuerte; los ojos negros, lánguidos y hermosos; larga la sedosa cabellera y sombreada; el labio superior ligero de bozo. Tenía el aire juvenil de un doncel de leyenda».

Con cautela y previsión organiza una caballería de centauros armados de rifles cortos, machetes, que se convirtió en orgullo entre los revolucionarios y temor para el enemigo. Máximo Gómez escribió sobre su pensamiento militar:

«El sabia acampar cubierto de toda sorpresa enemiga, y en condiciones de poderse batir con ventaja cualquiera que fuese el número de sus contrarios. No le dejaba, ni lugar, ni tiempo al enemigo para hacer uso de su estrategia…»

¿Estaba Agramonte preparado para la lucha? Cualquier respuesta sería especular sobre los conocimientos en el manejo de la espada y florete, junto al entrenamiento en el gimnasio. Es posible tener en cuenta que durante su permanencia en Barcelona, el adolescente había presenciado realidades en una de las ciudades más progresistas de España, y por tal razón, ya en Cuba, sus puntos de vistas coincidían más con aquella mayoría de residentes en la Isla que se consideraba diferente al “español”.

 Durante su presencia en el campo insurrecto demostró dotes de dirigente político y jefe militar; su huella en la primera constitución de la República en Armas (1869);  el respeto por Céspedes, pese a las diferencias; el eterno amor por su Amalia (Amalia Simoni) en medio del fragor de la lucha; y el arriesgado rescate de Julio Sanguily, cuando al frente de una treintena de jinetes atacó a una columna española, casi cuatro veces superior en efectivos.

 

 En  una carta que Manuel de Quesada le escribiera el 20 de enero de 1870, que trasciende a nuestros tiempos:

“En fin, amigo mío, siga U. siendo el modelo de los jóvenes y la admiración de los viejos, y no dude que llegará a adquirir un nombre preclaro (…)”

El Mayor, como lo reconocía la tropa mambisa,  cayó el quinto año de la guerra independentista, víctima de su patriótica osadía, cuando el 11 de mayo de 1873 organizaba el combate contra una columna de soldados españoles en el Potrero de Jimaguayú, al sur de Camagüey.

 Han pasado 145 años de la muerte en combate de Ignacio Agramonte, la imagen de este preclaro luchador independentista no languidece,  educa a las nuevas generaciones de cubanos, pues, como escribiera Martí, “Su luz era así, como la que dan los astros…”