ONU: la voz que no se escucha

Por Ernesto Pantaleón Medina / Televisión Camagüey
Corrían los últimos meses de 1945 y el mundo, todavía presa del terror ocasionado por la Segunda Gran Guerra, buscaba con afán el medio de evitar la repetición de un flagelo que había costado decenas de millones de vidas y había devastado a Europa.
El 24 de octubre, superados un sinfín de escollos y minimizadas las diferencias de sistemas políticos e intereses económicos, se creaba una organización internacional que tendría entre sus misiones, servir de moderador entre los conflictos, con una capacidad (virtual) para ejercer determinada autoridad.

Un fin tan loable como difícil de llevar a la práctica sobre un terreno fustigado por los avances de una potencia nueva, los Estados Unidos de Norteamérica, que se había trazado como meta la consecución de un  supuesto destino como líder mundial y avanzaba hacia ese objetivo supremo, sin importar medios ni modos.
Más de seis décadas han transcurrido y la labor encomiable de la Organización de Naciones Unidas se ha perfeccionado, en la búsqueda de solución a problemas nuevos y a otros que desde hace siglos asolan al planeta, entre ellos el hambre,  las enfermedades prevenibles y los conflictos armados.
Una intervención de tropas en esta zona del mapa mundial, el envío de personal de salud en coordinación con entidades humanitarias a un remoto lugar; el celo por propiciar a  niños y adolescentes el acceso a los derechos que al menos sobre el papel les han sido conferidos, la contribución al desarrollo alimentario de numerosos países, y el arbitraje en los tan comunes diferendos, son una mínima parte de los empeños de la organización.
Sin embargo, y como lo demuestran, por ejemplo, las sucesivas resoluciones de condena al bloqueo de los Estados Unidos contra Cuba, el llamado de la ONU al ejercicio de la razón, a la limitación  en cuanto al empleo de la fuerza, el rechazo casi unánime  a las agresiones y chantajes, no es escuchado por los gendarmes del orbe.
Mucho se ha hablado del cambio climático que amenaza a la supervivencia de la especie humana, y de las enfermedades que acosan de manera letal a pueblos enteros, como el Ébola en la actualidad, pero son el hambre y la guerra los más despiadados jinetes del Apocalipsis, y esos podrían evitarse, si algunos oídos se abrieran al clamor de una humanidad que se resiste a mirar resignada el definitivo holocausto.