EL MAYOR

Todos los humanos, tienen defectos, como también virtudes y es el balance entre unos y otros lo que permite valorar con justicia su dimensión.
Los héroes como regla, son analizados con una mezcla de admiración y benevolencia que casi siempre nos lleva a sobrevalorar méritos y en ocasiones ignorar carencias de carácter y de obra, hasta convertirlos en seres irreales, etéreos e inmaculados.
Pero Ignacio Agramonte y Loynaz es diferente: Martí lo llamó «diamante con alma de beso».

Patriota sin claudicación alguna, jefe audaz y decidido, estratega y organizador brillante, supo crear el mejor cuerpo de caballería del ejército mambi.
De principios irrenunciables como demostró en el Paradero de las Minas, guerrero intrépido y hábil.
Su amor hacia Amalia fue sólo comparable al que sentía por la tierra que lo vio nacer, y sus cartas constituyen páginas inigualables de fidelidad y entrega.
Calló en combate en los potreros de su querido Camagüey, por esas inexplicables situaciones que imponen la vida y los azares de la guerra.
Pero aún hoy su ejemplo de hombre recto y viril inspira a los cubanos de ley, especialmente a los hijos de esta llanura donde resonaron sus cargas al machete, quienes cada día se honran en llamarse a si mismos y ser reconocidos como agramontinos.