Hace solo unas horas conocí en una finca dedicada a la ganadería a una mujer impresionante, no por su físico: pequeña, regordeta, ágil y dinámica, con una sonrisa luminosa, unos ojos que brillan con particular fulgor, y una voz alta y vibrante como un clarín.
Pero cuando se la observa, dedicada por entero y con un amor inagotable a sus numerosas faenas, las que realiza con sencillez y naturalidad, como si no se diera cuenta de su propia importancia, solo cabe admirarla y olvidar la máxima periodística que nos ordena ser parcos en los adjetivos.
Mientras da de comer a las aves, a los cerdos, a los conejos (sus preferidos), al rebaño de cabras o a los vacunos, lamenta que solo posee cuatro hectáreas de suelos no muy fértiles, lo que le impide crecer en sus producciones.
En un pedazo de potrero debidamente cercado, son vecinos los campos de yuca, boniato, o plátano, y los surcos poblados con caña, King grass y plantas proteicas para alimentar a los animales.
Ella habla de su brigada campesina FMC-ANAP, de cómo se han enriquecido sus integrantes con los intercambios de experiencias, los talleres en los que exponen lo mejor de la cocina y las manualidades, las charlas sobre temas de salud y sobre todo, del estrecho contacto con las comunidades.
Afirma, con un tono especial en la voz y una mirada diferente, que en cada rostro de las que forman filas en el mal llamado ¨sexo débil¨, en cada uno de sus éxitos, se ve reflejada la obra de la Revolución y las ideas de Fidel.
El nombre de la mujer de mi historia es Dismery, pero yo prefiero llamarla federada, o mejor aún Vilma.