No olvidar las buenas costumbres

El ser humano, como todo organismo viviente, reacciona ante los estímulos, pero somos los bípedos pensantes los que poseemos la capacidad para percibir aquellas acciones que inciden directamente en el espíritu. Una mirada aviesa, un gesto de amargura, rechazo o aun de amenaza, nos ponen en guardia sin que medien palabras, y la mayoría de las veces, por injustificadas nos deprimen.

De igual modo, una sonrisa o un ademan amable nos alegran el alma y nos predisponen al disfrute de cuanto nos rodea.

Y por desgracia, según sostienen algunos, las épocas de dificultades materiales hacen aflorar las malas maneras que opacan a lo que se conoce como educación formal.

Durante años han ganado espacio en nuestra sociedad las actitudes irrespetuosas hacia el otro, y aun asomos de violencia, desafío o matonismo.

Sin embargo, afirmo que las personas buenas, en momentos de crisis, hacen surgir lo mejor de sí mismos y lo vierten sobre los demás.

Hace unos días en que por necesidades de trabajo salí a la calle temprano en la mañana quedé gratamente sorprendido cuando dos desconocidos, en momentos diferentes me dieron los buenos días.

Minutas después un muchacho que trataba de guardar su bicicleta me ofreció disculpas por entorpecer el uso de la acera, y una joven me cedió de manera cortes el paso, mientras me obsequiaba una luminosa sonrisa.

Confieso que sentí una alegría inexplicable, como cuando se materializa una conquista colectiva.

Si tales ejemplos se convirtieran en regla y no excepción, cuando termine la batalla contra la Covid-19, quizás festejemos otra victoria, está en el plano de la espiritualidad, esa que tanto lo necesita.