El ser humano lo primero

Cumbres de Bolivia, picos nevados y mucha, mucha pobreza…

José apenas recuerda a sus 12 años cuando daba los primeros pasos por la vida… aquella espina segó la luz en sus ojos, primero con la herida, luego  la infección y la inevitable ceguera, que diagnosticaron los viejos de la aldea, pues del médico solo sabían sus familiares y vecinos que tenía una consulta tan lejos como imposible era el pago de sus honorarios.

Cobraban mucho los señores doctores, y los exámenes, y las medicinas, y la operación inalcanzable; así sus noches se igualaron con los días, en una casi total oscuridad, hasta que un buen día (no es mera palabrería de cuentos pues en realidad fue un día bueno entre los buenos) llegaron unos jóvenes desenvueltos, pero no arrogantes, risueños, pero no burlones, con ese cariño real que convence y da confianza, no el aparente, que engaña y confunde.

Pasaron las semanas, los análisis y pruebas gratuitas, la operación, y se hizo el milagro, una palabra que para los habitantes de la aldea existía solo en los cuentos de ancianos junto al fuego… pero aunque débil y como temerosa, la visión de Josué retornó a sus pupilas…

Ecuador, una meseta perdida entre las tupidas selvas, y un montón de cabañas de techos de palma, donde creció Ana, la niña inválida que se arrastraba por piedras y lodo  como un animalito herido, en medio del dolor y lo que es peor aún, la lástima.

Nunca su madre la vio erguirse sobre sus piernecillas, ni tomar entre sus manos de bebé alguno de los toscos juguetes que papá le construyó a punta de cuchillo, con maderas blandas del bosque… a sus nueve años desconoció las ilusiones de la niñez, y solo ella supo cuando sufrió hasta que codos y rodillas adquirieron la dureza del hierro con el continuo roce de las piedras.

Una mañana por el empinado camino se escucharon voces y risas, y un grupo de batas blancas se acercó a la aldea; eran médicos cubanos que curaban de verdad, y no sentían rechazo cuando tocaban el cuerpo enfermo, y lo más insólito, no cobraban las medicinas; con la mayor sencillez y naturalidad del mundo respondían las gracias con un ¨no es nada más que nuestro deber…¨

Ana nunca recuperó el movimiento de sus brazos y piernas, pero hoy sus rodillas han perdido las callosidades y puede ir con rapidez de un lado a otro, incluso visitar amigos, en su silla de ruedas que tampoco fue necesario pagar…

En Ixcán, Guatemala,  un pequeño se llama Leandro, como el médico cubano que practicó   la cesárea… el niño venía ¨atravesado¨ y las parteras solo atinaban a rezar, mientras las horas pasaban y la vida de ambos, madre e hijo, se iba como tantas otras a lo largo de generaciones…

A mucha distancia, Jean Baptiste  no encuentra palabras para agradecer a la brigada cubana haber salvado a sus dos niños de la epidemia de cólera que tantas muertes causó en su país, Haití, y que parecía tan incontrolable como el terremoto que mató a miles; una sonrisa amplia, una palmada en el hombro son la respuesta a sus manifestaciones de padre que aún no acaba de dar crédito a la realidad…

¿A dónde van a parar estas líneas? Muy sencillo: multiplique usted por miles estos ejemplos, sume los millones que aprendieron a leer y escribir  en decenas de países, y tendrá una idea aproximada de qué es Revolución y quién es Fidel.