Antes y después en la Villa Principeña

El periodista, a la larga, cedió a la tentación de salir de casa. Como es compleja la situación epidemiológica, adoptó todas las medidas personales: nasobuco puesto y otro de repuesto; el alcohol para las manos, a pesar de la precaución de no “tocar nada” – como el regaño de los abuelos—y considerar las distancias con los congéneres en el irregular trazado de las calles.

 Provisto de un teléfono móvil y juego de lentes, marchó por una ruta previamente trazada con la intención era comparar fotografías de los siglos anteriores con las actuales de la otrora Villa de Santa María del Puerto del Príncipe.

Cada año es un reto periodístico, desde que acompañado por la colega Rosa Blanco Ramos, tomaron imágenes de las obras de preservación de la actual ciudad de Camagüey en su medio siglo de existencia. Pintores de brocha gorda, albañiles,  en grúas  y andamios, daban colores resplandecientes a la vieja dama.

 Han transcurrido siete febreros. A su alrededor, hombres y mujeres se sienten orgullosos y satisfechos de una de las primeras siete poblaciones fundadas por los conquistadores españoles en Cuba y en América.

Recuerda sobre la marcha, una encuesta realizada hace unos años: los camagüeyanos admiran  la arquitectura colonial, los emblemáticos tinajones — singular frase amistosa “Quien tome de mi agua, se queda en Camagüey– la ganadería y, sobre todo, las páginas de historia y un acervo cultural que los distingue en el archipiélago cubano.

Por orden,  se captaron imágenes de la casa típica de la calle San Fernando, República, Maceo,  casa natal de Agramonte, Cisneros, el puente de la Avenida de la Libertad, la iglesia de la Caridad y de regreso en el recorrido, la entrada al reparto Garrido.

Aquí o allá, los lugareños siempre apelan al espíritu de pertenencia, al orgullo por esta comarca de pastores y sombreros, como nos calificara el Poeta Nacional Nicolás Guillén, camagüeyano por más señas.