París.- DICEN que no hay despedidas felices, pero toda regla tiene su excepción. Con mucho que celebrar dijo adiós hoy a los tatamis la gran Idalys Ortiz, con su eterna sonrisa por encima de todo, porque más allá de la medalla –que todos queríamos– quedó el imperecedero premio del camino recorrido hasta los Juegos Olímpicos con asiento en esta ciudad, una recompensa que se valora más con el corazón que con la razón.
Previo al adiós se dio el lujo de ganar un combate más bajo los cinco aros, ahora con la india Tulika Maan como víctima, en apenas 28 segundos. Lo intentó luego contra la serbia Milica Zabic, pero tres penalizaciones pusieron el punto final a la aventura.
«Me voy con la satisfacción de participar en unos quintos juegos olímpicos. En la historia del judo son muy pocos que lo han hecho y casi ninguno con cuatro medallas», dice tranquila, como quien no asume como un trauma –como debe ser– que su extraordinaria carrera deportiva haya terminado minutos antes en la Arena del Campo de Marte, simbólico lugar honra al Dios de la guerra.
Y tiene toda la razón la campeona de Londres 2012 para disfrutar con orgullo ser de las pocas elegidas para triunfar sobre los tatamis… y en la vida. Solo ella, la también cubana Driulis González, la portuguesa Telma Monteiro, la japonesa Ryoko Tani, el belga Robert Van de Walle y el francés Teddy Riner pueden presumir de tanto recorrido olímpico.
Puede Idalys sentirse satisfecha de todas preseas en estas lides, cosecha que comprende dos de plata en Río de Janeiro 2026 y Tokio 2020, y la de bronce conseguida en Pekín 2008. Sin dudas, una historia singular y alimentada con el cariño de los suyos, incondicionales también este viernes, aplaudiendo desde cualquier punto del planeta.
«Se perdió un combate, pero no fue una derrota. Creo que gané unos quintos juegos olímpicos… Estoy aquí y es un gran honor», reafirma, quizá intuyendo la tristeza ajena.
Lo dice con una sonrisa, porque no es otra cosa lo que quiere transmitir. Respira y no deja que se le quiebre la voz para hablar de la medalla –la que queríamos todos– que elevaría un escalón más su categoría de leyenda.
«Lógicamente me hubiera gustado llevarme una medalla, era el objetivo con el que vine. Todos los seres humanos tenemos retos en la vida y este era uno de ellos. Nadie dijo que sería fácil», reconoce con una fortaleza impresionante, la que en Cuba le ha convertido en un paradigma de mujer, la que sostenía las esperanza de los miles que madrugaron en la Isla para verle combatir.
La más pequeña de cinco hermanos da las gracias a la vida por esa fortaleza para llegar hasta aquí luego de una compleja preparación, de un año difícil. Pero también por la familia, la que ha moldeado su carácter con educación, que le dio las herramientas para ser valiente y lidiar con las situaciones más difíciles.
«Podemos nacer para algo, tener un talento, pero la educación familiar es la que te forja el carácter y eso representa muchísimo… con eso me quedo», aseguró sin remordimientos, porque en el horizonte ya hay planes.
Aunque no se ve como entrenadora, sabe que existen muchas otras maneras de apoyar y trabajar para que el judo en Cuba rescate espacios perdidos, para que las nuevas generaciones sigan teniéndola, junto a otras grandes, como ejemplos.
«Siempre me van a ver sonriente porque es lo que quiero transmitir, que un revés no significa la muerte. Simplemente hay que levantarse con la frente en alto y seguir hacia delante… Este no es el final de mi vida», sentencia. ¡Y cuánta razón tiene!
Tomado de JIT