Ernesto es muy cariñoso, su mirada transparente inspira inocencia y ama dibujar caricaturas como si encontrara en otros un mundo fascinante.
Cada mañana lleva una mochila de expectativas a su Secundaria Básica Ignacio Agramonte Loynaz. Ese lugar de retos y esperanzas, en el que ha encontrado una gran familia.
Allí cosecha sueños que algunos creen imposibles, aprende lecciones importantes y enfrenta los desafíos de un adolescente con Trastorno del Espectro Autista (TEA), incluido en la educación general.
Disfruta cada actividad que realiza en la escuela y la compañía de profesores y amigos, entre los cuales es feliz. Este logro es fruto de un proceso difícil, lleno de incertidumbres, temores, pero también de mucho amor y perseverancia.
Comenzó a decir sus primeras palabras a los cinco años de edad, casi no socializaba y tenía comportamientos inadecuados. Las fases de rechazo, agresión y autoagresión por las que atravesó, constituyeron golpes fuertes para la familia.
La dedicación desde el hogar, el apoyo de los maestros de la escuela de autismo, los tratamientos terapéuticos en el Centro Provincial de Equinoterapia y otras instituciones de salud, fueron pilares fundamentales en el desarrollo de las habilidades afectadas por el trastorno.
Así, libró una batalla diaria que tuvo resultados sorprendentes. En sexto grado se incorporó a la enseñanza general y al decir de su mamá “fue una experiencia complicada pero maravillosa”.
Han pasado más de 10 años del diagnóstico de Ernesto y él no imagina el impacto que tiene su vida en otras personas.
Su carisma tan auténtico y su fortaleza en medio de la debilidad, le gritan al mundo que sí se pueden superar los obstáculos.