A menudo (ya no tanto, lamentablemente) emergen polémicas sobre la Rusia posterior al derrocamiento de los zares, es decir, la ex Unión Soviética, que marcó en octubre de 1917 el camino hacia el Socialismo, idea abrazada más tarde por un grupo de naciones. Unos, los partidarios del régimen naciente, alababan las bondades de un sistema igualitarista, y recordaban las crueles diferencias sociales que derrocó el poder obrero y campesino.
Otros, los eternos críticos de cuanto huele de lejos a Socialismo o Comunismo, hablaban a voces para contar los horrores que protagonizaban los ¨seres ignorantes¨ que ahora ostentaban el mando en el enorme país, desde los trabajadores más simples hasta el más importante de los líderes. Sin embargo, quiero ofrecer un retrato breve, quizás incompleto, para nada un intento de estudio sociológico, publicado por una personalidad literaria que vivió esa época y visitó la URSS. Su criterio podría ser tildado de cualquier inclinación política menos de izquierdismo o revolucionario. Se trata del mítico escritor Stefan Sweig, quien viajó a la lejana tierra de los zares y publicó en 1928 un exquisito relato que recomiendo a quienes puedan buscarlo en ¨Stefan Sweig, Memorias y Ensayos¨, editado por la Editorial Juventud de Barcelona, en 1953, o en las Obras Completas del insigne autor. Escribía el genial austríaco: ¨¿Qué otro viaje puede hacerse hoy que sea más interesante y fascinador que una visita a Rusia? …¨con sólo diez días de estar en Rusia podría escribirse un voluminoso libro acerca de este país¨. …¨Y esto es precisamente lo que han hecho durante estos últimos años bastantes escritores europeos. Pero todo lo que estos escritores han publicado…tiene una fatal semejanza con lo que los periodistas norteamericanos suelen escribir…¨ Agrega Stefan Sweig: ¨Quien no está familiarizado con el idioma ruso y solo haya estado en Moscú y Leningrado, quien solo haya visto los dos ojos del gigante, quien conozca únicamente el nuevo orden revolucionario y no pueda compararlo con la anterior situación política, creo que debería ahorrarse toda clase de profecías y descubrimientos…¨ Al referirse a su llegada a la frontera, el autor señala su asombro al no encontrarse, como muchos de sus predecesores cuentan, los guardias armados hasta los dientes. ¨Aquí solo veo un par de agentes de aspecto tranquilo y sin armamento alguno…. La revisión se hace de manera minuciosa, rápida y amable. Ninguno de los trámites se hace aquí con mayor severidad que en otra frontera cualquiera, y sin más, de pronto, se encuentra uno en un mundo nuevo¨. Hasta aquí le cuento, para dejar esa sana inquietud que nos embarga cuando alguien esboza una obra maestra de las letras. Es eso y mucho más, es el juicio imparcial de un hombre sabio que ya había recorrido medio mundo, y exponía con objetividad una pintura realista de la patria de Tolstoi y Pushkin. Solo quiero citar unas líneas que aparecen al final de esta crónica de viajes, en la cual pinta la gente, la a sociedad, la arquitectura y el arte: ¨…Nos queda sin embargo, una certeza: hemos cometido una gran injusticia con Rusia…¨