Lágrimas de 1932

El 9 de noviembre de 1932, Santa Cruz del Sur, un pequeño pueblo de pescadores en la provincia de Camagüey,  fue testigo de la furia desatada de la naturaleza. Aquel día, los habitantes enfrentaron el ciclón más devastador del siglo XX en la isla, conocido como el Huracán de Santa Cruz del Sur. Con vientos que superaron los 270 kilómetros por hora y olas de hasta tres metros de altura, este fenómeno natural no dejó piedra sobre piedra en su paso.

Formado a finales de octubre al este de las Antillas Menores, recorrió el mar Caribe con una fuerza inusual para la temporada tardía de huracanes. El 6 de noviembre, ya había alcanzado la categoría 5, la más letal en la escala de huracanes, y continuó su camino hacia Cuba con una ferocidad imparable.

Este gráfico recoge el análisis de superficie del huracán catorce de la temporada de huracanes del Atlántico de 1932 en el Caribe occidental. Foto: Adelante.

La historia en la tradición oral, cuenta que el mar se retiró de la orilla, los habitantes pudieron ver el fondo marino completamente seco. De repente una ola de proporciones inimaginables se formó y avanzó hacia el pueblo. Sin embargo esta historia es más larga, algunos creyeron erróneamente que se trataba de un «ras de mar», un fenómeno sísmico asociado con maremotos. En realidad se trató de un huracán.

No fue tan de repente, desde días antes la noticia de el ciclón que se aproximaba a la isla circulaba en diarios de la época. El tren que conectaba con la ciudad de Camagüey era la única vía de escape, sin embargo este nunca llegó.

El 9 de noviembre, el territorio santacruseño  se transformó en un escenario apocalíptico. Los vientos huracanados y la marea de tormenta, recordada como una enorme pared de agua, penetró 25 kilómetros tierra adentro, arrasando casas, barcos y vidas humanas.

En cuestión de horas, más de 2,700 personas habían perdido la vida. Los restos de lo que una vez fueron hogares y medios de sustento estaban esparcidos por doquier, dejando una estampa desoladora difícil de olvidar. Santa Cruz del Sur quedó borrado de el mapa.

Las embarcaciones penetraron varios metros. Foto Adelante

Los días posteriores no fueron mejores. «La furia de los vientos» de la autoría de Pedro Armando Junco, relata con los cuerpos inertes quedaron esparcidos por los escombros. La codicia humana o la desperación tal vez, al haberlo perdido todo llevó a que algunos sobrevivientes hurtaran las posesiones de los fallecidos.

Así retrataban el hecho diarios de la época

Pasados algunos días, eran tantas las pérdidas de vidas que la solución que encontró el gobierno de aquel entonces fueron las pilas funerarias a lo largo del Camino Real, cuerpos amontonados deborados por las llamas.

La reconstrucción de Santa Cruz del Sur fue un proceso lento y doloroso. Pasaron años antes de que algunas familias pudieran reasentarse en la zona, enfrentando no solo los desafíos de la naturaleza, sino también la inoperancia de las autoridades de la época. Los sobrevivientes llevaban consigo cicatrices imborrables, tanto físicas como emocionales, que recordaban constantemente la tragedia vivida.

Este evento catastrófico no solo subrayó la furia incontrolable de la naturaleza, sino también la resiliencia y el espíritu indomable de los cubanos. A través de la destrucción y el dolor, emergió una comunidad determinada a reconstruir y a recordar. Santa Cruz del Sur, aunque golpeada, se levantó y se levanta con la fuerza de su gente, siempre dispuesta a enfrentar y superar las adversidades.

Tristemente la historia de los santacruceños quedó marcada por una desgracia y no por otras tantas cualidades que exhibe.

La memoria del Huracán de 1932 permanece, no solo como un testimonio de la devastación, sino también como un recordatorio del coraje y la perseverancia de aquellos que sobrevivieron y reconstruyeron sus vidas desde los escombros.

Foto Destacada: Leannys Cedeño

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