«Una revolución», «ingeniería puntera sin microships» así califican investigadores y científicos del todo el mundo al fenómeno que ha venido a transformar la realidad de los campos en favor de la sostenibilidad.
A la derecha, agricultura convencional, el omnipresente arado rompe la estructura del suelo; a la izquierda, agricultura regenerativa, una realidad creciente y necesaria.
Esta técnica reivindica que la salud del suelo está intrínsecamente ligada a la sostenibilidad total de nuestro sistema alimentario, desde la calidad nutricional de las plantas y animales, hasta el futuro de nuestro planeta.
Su objetivo es, por tanto, regenerar, estimular y mantener la fertilidad y biodiversidad de la tierra: promueve un suelo que albergue una gran cantidad de vida y materia orgánica y que sea capaz de producir alimentos utilizando los recursos propios de la naturaleza.
En realidad se parece mucho a la agricultura popular de hace un siglo, cuando todo era ecológico, sin pretenderlo.
Suelos sanos en favor del ambiente
En una parcela de agricultura regenerativa manda la naturaleza. Es una tierra que no se ha arado en años, en la que no se ha utilizado fertilizantes químicos, pesticidas o herbicidas y en ella la productividad se ha mantenido o ha subido.
El hecho de que las llamadas malas hierbas se queden en el suelo permite retener mayores cantidades de CO2 en la tierra. Y retener también más humedad y más agua.
El objetivo es utilizar esta explotación como ejemplo del rendimiento posible de una filosofía de trabajo acorde con las normas del medio ambiente.
De alguna manera es como gestionar la explotación al reves. ¿Arar la tierra? No, porque supone que la materia orgánica: el carbono, se oxida al encontrarse con el oxígeno y crea Dióxido de Carbono (CO2). La opción alternativa que ofrece este tipo de agricultura es la de mantener una cubierta vegetal natural y no modificar la estructura del suelo, manteniendo el carbono en la tierra.
Eso favorece el crecimiento de microorganismos que aportan al suelo buena salud y fertilidad de manera orgánica y natural.
En la práctica
Un estudio de la Universidad de Barcelona, en España, en una zona de cultivos de esa comunidad autónoma, muestra que tras una cosecha previa, se plantan unas 5 especies vegetales, diseñadas para hacer el trabajo del tractor o de los productos invasivos.
Las nuevas incorporaciones aportan nitrógeno y otros nutrientes al suelo, lombrices e insectos neutralizantes de plagas. Allí, en lugar de arar se plancha con un rodillo y se planta directamente, sin romper la estructura del suelo, lo que permite conservar el carbono y la funcionalidad biológica.
Tres meses después el proyecto arrojó como resultados 30% menos de coste en trabajo, insumos y energía, a la par que una producción que aumentó en un 10%.
El suelo pasó de un 0,7% de materia orgánica con la agricultura convencional (muy cercano a los valores de tierras desérticas), a un 3,3%, mientras que la biodiversidad.
Innovación = Beneficios
Por cada 1% más de materia orgánica, el suelo retiene 180 mil litros de agua extra y ofrece mayor resistencia a la erosión ante inundaciones.
De reproducirse la práctica de la agricultura regenerativa a nivel mundial, las cifras de captura de CO2, resiliencia a la sequía y biodiversidad se dispararían.
Experiencias como esta podrían replicarse en los campos cubanos; una forma de contribuir a la resiliencia de los suelos y ecosistemas e incrementar a su vez la producción de alimentos.
Una nueva práctica que significa ahorrar costes, energía, aumentar la producción y mejorar la vida del campesinado.