¿Quieres ser pionero?
La pregunta me sorprendió cuando aún cursaba los primeros grados de la escuela primaria, época en que surgía la organización que agrupa a la más joven esperanza de la patria
Me entusiasmé de inmediato con las anécdotas que hacían los muchachos más grandes acerca de las fogatas, los planes de la calle que se llevaban a cabo cualquier domingo, y convertían la cuadra en un verdadero campo para competencias en los más diversos deportes, además de dibujar con tiza en el asfalto toda la imaginación infantil.
Y aún sin haber recibido la pañoleta y la boina (por entonces en el atuendo del miembro de la organización se incluía esa prenda, y unos atributos que era preciso plastificar) me incorporé a pequeñas tareas que para los niños parecían maravillosas realizaciones, como acompañar a los policías de tránsito y ¨orientar¨ a peatones y conductores acerca de la responsabilidad vial.
También asistíamos a la Cruz Roja, donde nos enseñaban rudimentos de los primeros auxilios, y ya nos imaginábamos en complejas misiones socorriendo a heridos o enfermos.
Ese universo maravilloso llenó mis días de infante hasta que la edad (como dijo Pablo Milanés: el tiempo, el implacable, el que pasó) se interpuso entre un mundo mitad fantasía, mitad realidad que sin discusión alguna desempeñó un importante papel como formador de la personalidad.
Pasaron los años y para enrojecer de envidia mis recuerdos, los pioneros custodiaban desde bien temprano las urnas, cuando en mi país había elecciones del Poder Popular, o cuando aquel Referendo histórico en que una vez más dijimos Sí a nuestro Socialismo.
Porque ellos, los tiernos hombrecitos y muchachas vestidos con uniforme escolar y pañoleta, son una garantía de pureza y honestidad, un valladar que se interpone una y otra vez contra la maledicencia y la calumnia de unos pocos desagradecidos.
Ellos, con sus manecitas en saludo peculiar y sus firmes voces exclamando: ¡Votó! Anuncian al mundo que no se custodian las urnas con fusiles, ni son los sargentos políticos los que acumulan votos, ni es el dinero el que prevalece, sino el patriotismo y la sinceridad.
Hoy, al final, palidece mi envidia de viejo y me llenan de orgullo las parejitas que, muy conscientes de su trascendente tarea, la asumen con seriedad y civismo, algo que recordarán mañana, quizás con más ternura que yo lo hago con aquellas de mis noches junto a una fogata, o disputando en domingo un buen partido de pelota sobre la calzada.