La tolerancia del señor Trump a la violencia

El racismo en los Estados Unidos no es algo nuevo, y su venenosa raíz se extiende por casi 200 años con más o menos crudeza y este o aquel matiz, a pesar de los esfuerzos de algunos próceres quienes combatieron hasta las últimas consecuencias ese flagelo que se estableció con particular crudeza en los estados del sur, pero que se ha diseminado con las trágicas consecuencias para todos conocidas.

También es un fenómeno antiguo el supremacismo de los blancos sobre aquellos que presentan un color de piel algo más oscuro, sin llegar a ser considerados “afro descendientes”, una clasificación en la cual se incluyen, por supuesto, las “castas inferiores” de nativos norteamericanos, mejicanos, guatemaltecos o peruanos, por solo citar algunas nacionalidades de nuestro enorme abanico latinoamericano.

Pero lo verdaderamente nuevo es que un presidente, de manera desembozada y sin pudor alguno, manifieste su desprecio por “los otros “y apoye abiertamente el actuar violento de los cuerpos represivos contra la población negra y cuantos se metan en el camino, sin contar su incondicional respaldo a la posesión de armas, argumentos que al parecer son un aval importante para la nominación al Nobel de la Paz.

Según reporta EFE, nada menos que un profesor de la Universidad Estatal de Portland, en Oregón, Alexander Reíd Ross, afirma que este año se han producido unas 500 agresiones racistas a quienes protestan por los asesinatos cometidos por la policía contra ciudadanos de color.

El experto se suma al criterio de otros analistas quienes responsabilizan a Donald Trump con tales hechos, en lo que califican como “la nueva era de oro” de los supremacistas blancos en los Estados Unidos.

Por si alguien necesitara una nueva prueba de impunidad, que se remita al caso de Kyle Rittenhouse, adolescente de 17 años afiliado a uno de los grupos de extremismo y racismo, quien disparó contra manifestantes en la ciudad de Kenosha, Wisconsin, con un fusil automático de combate.

A pesar de las denuncias de los testigos, la policía pasó de largo por la escena del crimen sin aplicar contra el asesino la misma regla que emplean a diario contra los ciudadanos negros: rigor extremo.

 

 

NO hablemos ya del desentendimiento del presidente en cuanto a la lucha mundial contra el cambio climático, ni las mentiras a las que tan aficionado es el multimillonario, ni el rechazo a los tratados de limitación de armas nucleares o los mil desatinos de un hombre con mucho poder, que en un arrebato podría desatar el apocalipsis atómico y extinguir la raza humana.

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