La sabiduría

Conozco un hombre quien a sus 69 años confiesa no poder vivir un solo día sin empuñar el azadón, el machete  o al menos recorrer sus numerosos campos sembradas de las más variadas hortalizas cuyas producciones, de más esta’ decirlo, entrega invariablemente al Estado.

Leonardo, eses es su nombre, nació en el campo y desde muy pequeño ayudaba a los mayores a regar los surcos y canteros luego de llenar en el arroyo dos grandes recipientes de hojalata que colgaban uno a cada lado de la pértiga sostenida sobre sus hombros.

Aprendió a amar el surco, y dice que la tierra es un ángel y como tal nos da su infinita bondad en forma de frutos, pero también hay que reverenciarla y tratarla con cariño, agradecerle y cuidarla.

Problemas hay muchos –dice–  pero no tantos que sea imposible resolverlos si se trabaja duro y bien todos los días,  y confiesa  que mientras revisa sus plantas una por una, les habla bajito, y sabe cuando les falta el agua, o si hay alguna plaga, o si al suelo se le han extraído  tantos nutrientes que es preciso mejorarlo con materia orgánica o cualquier otro de los muchos remedios que le dicta su larga experiencia.

Cosechar hoy, pero de inmediato preparar la tierra y sembrar, porque un terreno vacío no da otra cosa que no sea vergüenza –afirma.

Y quiere vivir más de un siglo para poder hacer todo lo que le falta, aunque con un brillo de orgullo en la mirada  y  una voz queda, cómplice,  concluye:

¨Pero lo poco que he hecho no ha estado tan mal ¿verdad?¨